Era hora de reunirse con el Consejo de la Federación íntergaláctica. Debían asistir Inanna y Anu con los otros miembros de la familia, Enki, Ninhursag, Ninurta, Ereshkigal y todos los otros con excepción de Marduk.
Inanna estaba muy emocionada porque tenía tantas cosas para informar. Por fin sus Yo multidimensionales estaban progresando muy bien y el verdadero cambio estaba comenzando, gracias a la Onda y a tantos otros factores. No podía olvidar agradecerles a los etéreos por proteger a Graciela. Inanna se sentía regocijada con esa felicidad que llega con la realización, y también con esa nueva sensación de unidad que ella y Graciela habían descubierto. La vida era buena; Inanna se veía más hermosa que nunca. Se sentía plena y su suave piel azul resplandecía.
Incluso Enlil había felicitado a Inanna y Anu la había besado cariñosamente. El siempre había amado a su Inanna. Antu también estaba allá; no quería perderse toda la emoción del momento.
También estaba la posibilidad de conocer nuevos amigos e invitarlos a sus fiestas. Esta era una gran celebración.
Anu y Enlil estaban listos para discutir las posibilidades de trasladar a los líderes exiliados otra vez a las Pléyades. Todavía había mucho trabajo por hacer pero habían llegado muy lejos y Enlil ya estaba planeando la logística de la operación. El puño de hierro de la tiranía estaba empezando a aflojar en todas las galaxias. Era hora de que empezara una nueva edad dorada; le había llegado su final al Kali Yuga, la edad de la oscuridad. El Primer Creador estaba evolucionando como siempre.
Inanna estaba de pie mirando a los otros en el salón intergaláctico. Se sentía muy feliz y no estaba pensando en nada particular, cuando sintió una presencia detrás de ella. Por su cuerpo se esparció una sensación calurosa y sintió que alguien respiraba muy cerca de ella.
Lentamente dio la vuelta en respuesta a esta energía sutil que empezaba a atraer toda su atención. Ahí estaba él, el hombre maravilloso que había deseado conocer desde hacía tanto tiempo. Inanna lo miró a los ojos; ellos danzaban con sabiduría y humor y eran como diamantes en la noche. Sintió una profunda reminiscencia, pero no supo por qué. El silencio la inundó.
El extendió su mano hacia la de ella y sonriendo dijo: "Permíteme presentarme."
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