A la mañana siguiente, Graciela se fue al bosque de cedros. Era uno de aquellos días que se pueden presentar en cualquier época del año en el Noroeste del Pacífico, en primavera o en invierno. En la Costa Este a este tipo de días se le llama Veranillo de San Martín. El sol brillaba y hacía calor, el cielo era azul claro y una brisa penetrante y fresca jugaba con los cedros y hacía que la luz del sol danzara a través de los árboles y sus hojas verde pálidas. La neblina y el polvo se levantaban desde el piso del bosque como mágicas columnas de humo.
Graciela se acostó sobre una gruesa capa de musgo y sintió la fuerza de la Tierra. Se relajó con la sensación de que se acercaba a su verdadero hogar, al hogar que está adentro. Sus perros se acomodaron a su alrededor de la manera protectora usual. Los dos reían felizmente al estar en un lugar tan maravilloso; era como si sintieran que algo especial estaba a punto de suceder y Graciela sonrió al verlos tan felices.
Ella miró alrededor del bosque y vio a Inanna parada al lado de un bello árbol antiguo. Ya confiaba y amaba a esta dama sabia y hermosa de piel azul que estaba parada mirando con amora a Graciela y sus perros. Era un hermoso día que le recordaba a Inanna las épocas felices cuando su vida había sido tan sencilla, cuando había sido la niña malcriada y adorada de la familia de Anu. Melinar estaba con ella y sus brillantes fulguraban.
Inanna se concentró en el Ser de Luz radiante que se le había aparecido en el óvalo de la vieja Mujer Serpiente y lo llamó al bosque de cedros, a este tiempo y a esta dimensión. Ante los ojos de Graciela tomó forma el ser más hermoso que había visto. El Ser de Luz estaba hecho de luces radiantes llamativas, era un espectro de colores diferentes dorados, de azules tornasolados y colores rosados, todos salían como disparos, como si fueran fotones que se reagrupan permanentemente para su propio placer. El sólo mirar este espectáculo dejó a Graciela sin aliento. Lágrimas de gozo bajaron por su rostro. Melinar explotó de energía e Inanna sintió una paz y alegría inusuales.
Graciela preguntó: "¿Quién eres tú?"
El Ser de Luz comenzó a hablar con una voz melodiosa que repercutía en las armonías de los reinos angelicales. "Yo soy tú, Graciela, soy Inanna y todo lo que ella ha sido, todos sus Yo. Yo soy Olnwynn y Atilar, soy Doncella del Cielo y Chandhroma, soy todas las expresiones que han venido de la mente del Primer Creador a través de mí y de mi querida Inanna".
Graciela comenzó a dudar de sus ojos y oídos. Ella pensó que seguramente nunca sería tan extraordinariamente bella o maravillosa como este ser que ahora estaba frente a ella.
El Ser contestó los pensamientos de Graciela: "Mi dulce niña, yo soy lo que tú siempre has sido. Recuerda quién eres, recuerda quiénes somos, Inanna y yo. No te juzgues a ti misma. Cuando tú juzgas, te retiras de nosotros. Nosotros no juzgamos. Recordamos, somos y siempre hemos sido uno: un ser, un cuerpo. Recuerda".
Graciela sintió que el temor inundaba su cuerpo, el temor a lo desconocido. De nuevo, el Ser habló al corazón de Graciela: "Yo soy lo que tú siempre has sido, amada. No es necesario que sientas temor. Tu sistema de circuitos está ahora alineado para tener una mejor recepción. Al abandonar tu programación de temor te abrirás hacia nuevas realidades posibles y nos autorizarás a transmitir una onda de cambio a tu ser, a todas tus células. Pero tienes que abrirte, tienes que permitirnos que te ayudemos. No podemos ir a donde no nos han invitado, y no podemos interferir a menos que tú nos pidas que te ayudemos a limpiar la programación limitada de tus códigos genéticos. Deseamos llegar a ser conscientemente uno contigo".
Graciela miró a Inanna que obviamente deliraba de felicidad, y a Melinar que parecía girar más rápido que la velocidad de la luz.
En el desierto había una tenue luz dorada. Todo lo que normalmente parecía ser sólido, vibraba con luz y aparentemente era traslúcido.
¿O será que las cosas realmente nunca son sólidas sino que oscilan con energía de luz?
El Ser habló de nuevo: "Tú ves la materia como energía vibrante porque eso es lo que es. Borra tu programación de temor, amada. El temor y la duda son interruptores de circuito, el amor es un intensificador. Nosotros somos amor, el amor del Primer Creador. Ábrete a nosotros y suelta tu temor. Tu vida y sus expresiones se incrementarán más allá de lo que te hayas imaginado.
"Nunca estuviste separada de nosotros, amada. Estás dentro de nosotros y nosotros dentro de ti. Como esas muñequitas rusas que encajan una dentro de la otra, nosotros todos somos parte del otro. En otras épocas muchos de los otros Yo multidimensionales empezaron a recordar, pero es ahora, en este tiempo y espacio que tú, Graciela, empiezas el proceso de unificar todas las experiencias de los Yo proyectados por Inanna. Todos los datos de vida de diferentes Yo vienen hacia ti en este ahora porque tú has buscado la verdad y ahora es el momento. El coraje y la pasión de todos aquellos que están dentro de ti activarán lo que ha estado latente dentro de tus códigos genéticos, irradiando así un gozo contagioso a todo el planeta".
Graciela sintió una brisa suave que acarició su rostro mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Nunca había estado tan feliz en su vida. Era como si todo el dolor que llevaba adentro lo hubieran lavado y ese lugar lo ocupara algo nuevo. Se sintió amada y el poder de ese amor inició una reacción nuclear en todo su sistema metabólico. Sintió que sus células explotaban, que hacían burbujas dentro de ella. Nunca antes había experimentado algo así.
Miró a su alrededor y se dio cuenta de que el bosque estaba repleto de seres, algunos eran los Yo multidimensionales de Inanna, o las vidas pasadas de Graciela, las cuales no eran del todo pasadas, porque como ella lo veía claramente, estaban todos aquí, ahora. Y se fusionaban con ella mientras conservaba sus Yo separados.
Miró a Olnwynn, el maravilloso guerrero celta, aun atractivo, que sonreía de oreja a oreja. Lo escuchó dar su grito de guerra y sintió que su coraje se fundía dentro de ella. Chandhroma danzó frente a Graciela; las campanas de plata que rodeaban sus tobillos delicados sonaban con deleite. Los movimientos garbosos de Chandhroma inspiraron a Graciela a recordar lo que su propio nombre significaba: gracia. Su madre le había puesto ese nombre porque siempre había dicho que Graciela había venido por la gracia de Dios. Incluso en medio de su propia infelicidad personal, su madre había tratado de amarla y le había dado regalos inestimables. Graciela lloró al pensar en todo esto. La vida podía doler tanto.
Atilar caminó hacia Graciela y entró en su ser. Estaba ansioso de regresar a la nave nodriza, pero sabía que este momento era más importante. Él había sido un maestro de la concentración y su conocimiento de la variación de las frecuencias de poder en los cristales tenía muchas otras aplicaciones potenciales. Graciela absorbió este entendimiento y la sabiduría que Atilar había adquirido de su caída. Él todavía amaba a la joven sacerdotisa con todo su corazón y estaba decidido a encontrarla en algún lugar de la inmensa extensión del tiempo para ayudarla como mejor pudiera .
Apareció Doncella del Cielo. Se sentía muy a gusto en este bosque puesto que amaba la Tierra y el cielo. Se había convertido en una con los cielos para atraer sus bendiciones hacia la Tierra, el campo y el bosque. Bendijo a Graciela y le dio la sabiduría de su vida como india. Fue una unión muy natural para ellas dos; la sangre de la tribu de la Doncella todavía corría por las venas de Graciela. Ella sintió que absorbía los datos de la vida de la Doncella del Cielo, su amor por los cielos y su amor perdido, Pluma de Fuego; la tristeza de la pérdida y la pasión por la vida.
Cada uno de los Yo de Inanna se disolvió en la conciencia de Graciela y cada uno le trajo dones. Merwyn le trajo su paciencia y amor por el conocimiento, Raquel su pureza inocente y Tenzin sus visiones místicas y artísticas. Graciela estaba plena, su cuerpo estaba encendido; el fuego que quema pero que no consume. Inanna tocó tiernamente el rostro de Graciela y desapareció en la neblina del bosque. Los otros también se desvanecieron. Algunos no eran Yo multidimensionales de Inanna y estaban allí sólo para observar. Graciela nunca los había visto antes y no sabía quiénes eran. Para sorpresa suya había estado allí una hermosa mujer de cabello rojo ondulado que estaba cubierta de granates. Tenía que acordarse de preguntarle a Inanna quién era esta dama, pero no ahora. Ya se estaba sintiendo un poco cansada y tenía mucha hambre. Era hora de ir a casa.
Los perros saltaban de regreso a casa; pensaban en la sopa de pollo y el pan con mantequilla caliente. Guiaron a Graciela por la trocha que conducía a la cabaña. ¡Qué día!, pensó ella. ¡Qué día tan sorprendente, mágico y maravilloso! Se preguntó si así sería el gozo supremo
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