Anu y Enlil, seguidos por Atilar entraron en el salón central de reuniones de la nave etérea. Alrededor de una mesa grande y ovalada, estaban sentados tres etéreos: el capitán, el ingeniero jefe y el director de comunicaciones. Atilar se maravilló de los cuerpos de los etéreos; a primera vista parecían sólidos, pero cuando se les miraba de cerca, era obvio que realmente eran transparentes o quizás traslúcidos. Sus formas físicas podrían describirse como moléculas que vibraban a diferentes frecuencias para emitir muchas apariencias diferentes de densidad. Era como si ellos pudieran modificar sus frecuencias y adaptarse a cualquier nivel de vibración. Eran más hermosos que cualquier raza que Atilar hubiera visto. Su inteligencia fina y apacible les daba a sus rostros una belleza estructural que ningún humano poseía, ni siquiera la desafortunada sacerdotisa de Atilar.
El interior de la nave era limpio, elegante y muy funcional. La luz salía de las paredes. Había aquí un matrimonio perfecto entre la tecnología y el arte. Atilar nunca había visto algo así. La nave debía de medir muchos kilómetros de diámetro, era mucho más grande de lo que se veía en la pantalla de Inanna y a bordo había cientos, quizás miles de seres.
Anu le habló al capitán: "Señor, el tirano dios Marduk ha enviado un helicóptero negro para atormentar a uno de los Yo multidimensionales de la señora Inanna. Ella ha mostrado potencial para una futura activación de su ADN y ha recordado a muchos de sus otros Yo, los cuales han estado en comunicación entre ellos y también con Inanna. Yo quiero ponerle fin a este hostigamiento. De nuevo Marduk viola la ley de no interferencia. Solicito que sobre el área de Montaña Perdida se coloque una cúpula de luz protectora y que su jefe de comunicaciones esté pendiente de la muchacha. Nos parece que ella es muy valiosa para el proceso de transformación y el futuro posible".
"Sí, por supuesto, Anu. Nos encargaremos de eso inmediatamente". El capitán le hizo una seña al director de comunicaciones y al ingeniero jefe quienes salieron del cuarto para hacer los preparativos pertinentes a la cúpula protectora.
"¿Quién es el que está con ustedes?", le preguntó el capitán a Anu.
"Este es uno de los Yo multidimensionales de Inanna; creo que se llama Atilar. ¿Es correcto?", preguntó Anu.
"Así es, ese es mi nombre. Soy de la época de la Atlántida, de antes de la gran corrupción de poder que se presentó allá. Los datos de mi vida son básicamente los de un adepto. Durante toda mi vida busqué el control de mí mismo y logré mucha grandeza, pero como nunca me permitieron sentir, el desequilibrio me impulsó a arrebatarle la virginidad a una joven sacerdotisa de quien me había enamorado. Como consecuencia de ese crimen me ejecutaron".
El capitán miró profundamente a Atilar y con mucha compasión dijo: "Hijo mío, ese es el estilo de las frecuencias de densidad inferior. La intensidad de los anillos materiales de la Tierra y otros lugares similares tiende a generar experiencias desequilibradas que a menudo conducen a la tragedia. Estos mundos de densidad inferior son los lugares que le dan al Primer Creador la oportunidad de aprender, de probarse a sí mismo en medio de las vastas ilusiones de su separación. Tú debes ser como el Primer Creador; perdónate a ti mismo y asimila las extravagancias de los datos de tu vida. Entonces podrás moverte hacia otros mundos para jugar en la eternidad".
"Pero todavía no", interpuso Anu, "ahora estamos jugando a liberar a los humanos de sus tiranos".
"Sí, estoy empezando a comprender". A Atilar le encantaba la nave nodriza; se sentía extraordinariamente bien. "Quisiera permanecer aquí y aprender de ustedes todo lo que pueda. Mis antecedentes como modulador de cristales de frecuencia me motivan a interesarme mucho por su nave y la tecnología etérea. A menos que Inanna me llame o me necesite. Como ella es mi creadora, todavía deseo servirle en todo lo que pueda".
Anu miró al capitán buscando su aprobación para que Atilar se quedara. Éste estuvo de acuerdo y dijo que sería interesante tener a bordo un ser humano del planeta Tierra, aunque esté desencarnado. Quizás todos podían aprender de todos y ellos querían explorar el potencial humano con alguien de las cualidades de Atilar.
Atilar estaba feliz; con su vocabulario trató de expresar sus sentimientos, mas no pudo. La nave en sí misma poseía un nivel de frecuencia de ser tan inédito que Atilar no había podido encontrar las palabras para expresar las sutilezas de sus pensamientos.
El capitán leyó la mente de Atilar y dijo: "Ya has descubierto uno de nuestros dilemas. ¿Cómo nos comunicamos con seres cuya frecuencia no vibra con la misma sutileza que la nuestra?"
Se abrió la puerta y entró un hombre, con su brazo alrededor de una mujer increíblemente hermosa. El capitán los presentó: "Quiero que conozcan a la Dama de los Granates y a su esposo, el comandante Naemon. Ellos son de la familia de Lona, una gran dinastía de pleyandenses que tuvieron la mala suerte de haber sido conquistados por aquel que también atormenta al planeta Tierra. Ellos están aquí por la misma razón que ustedes, Anu y Enlil, para observar el progreso de la especie humana y para ayudar en todo lo que sea posible".
Atilar no pudo dejar de contemplar a la Dama de los Granates; se parecía mucho a su sacerdotisa. Su piel era suave y blanca e irradiaba salud. Sus ojos eran de color verde esmeralda. Pero fue su cabello lo que más lo impresionó. Era rojo oscuro con reflejos de cobre. De conformidad con su título, ella estaba cubierta de granates que le daban la vuelta a su atractiva garganta y estaban hábilmente cosidos por toda su vestimenta. Ella era muy hermosa y su esposo, el comandante, era la pareja perfecta: bien parecido y fuerte. Era evidente que la adoraba. Ella le hizo una seña a Anu a quien obviamente conocía y mirando a Atilar preguntó: "¿Quién es este ser tan encantador?" No era común ver a un terrícola, incluso a uno sin cuerpo, a bordo de la nave y por eso la curiosidad de la dama se despertó.
El capitán respondió: "Este es Atilar, que acaba de llegar del planeta Tierra. Es uno de los Yo multidimensionales de Inanna y ha solicitado permanecer en la nave con el fin de aprender".
"¿Uno de los Yo de Inanna? Oh, qué emocionante", respondió la dama. "Inanna y yo somos muy amigas. Cuando yo era niña solía asistir a las fiestas de su bisabuela Antu, en Nibiru. Ella y yo éramos unas niñas de mucha imaginación y muchas aventuras. Nuestras personalidades son muy similares. Yo la estimo mucho y me encantaría enseñarle la nave a Atilar".
"¿No sería eso interesante, querido?" Atilar se dio cuenta de que el comandante se alegraba de hacer lo que su hermosa mujer deseara.
"Por supuesto, mi ángel". El comandante apretó su delicada mano. Entonces Atilar hizo un recorrido por la nave con sus nuevos amigos mientras Anu, Enlil y el capitán etéreo iban a chequear la cúpula que se estaba planeando sobre Montaña Perdida en el Noroeste del Pacífico.
Graciela salió perezosamente de la cama. No había dormido muy bien después de que el helicóptero se había marchado. Empezó a moler muchos granos de café y el sonido del molino le recordaba los motores del helicóptero. Dios mío, ¿de qué se trataba todo eso? Ante todo ella estaba furiosa. ¿Cómo se atreve a volar por encima de su casa de esa forma y a arrojar esa maldita luz en su cuarto? ¿Había algo que pudiera hacer?
Se sentó junto al teléfono con una taza de "espresso" oscuro y fuerte y empezó a buscar en las páginas amarillas. Llamó a todas las agencias del gobierno y a los aeropuertos que pudo. Pero siempre era la misma respuesta: no había ningún reporte de vuelos de helicópteros la noche anterior, nada, cero. Absolutamente nada. Casi todos la dejaban esperando, luego la transferían a otra persona. La demoraban una eternidad. Incluso llamó a la Agencia de Control de Drogas. Ah, ellos fueron muy serviciales. Le pidieron que los llamara de nuevo en caso de que el helicóptero regresara. Pensaron que se trataba de narcotraficantes canadienses y le agradecieron.
La única persona que le ayudó fue un piloto retirado que trabajaba en uno de los pequeños aeropuertos locales. Le dijo que lo olvidara todo, que nunca, para decirlo claramente, nunca averiguaría quiénes eran o por qué estaban allá. Lo que vio simplemente no había sucedido. También mencionó algo muy extraño. Graciela le había dicho que ella sabía que no era un ovni puesto que el helicóptero hizo mucho ruido y los ovnis eran silenciosos. Pero él la desconcertó diciendo: "¡No todos!"
Para el mediodía Graciela había agotado todas las posibilidades. Si ni la Armada, ni la Agencia de Control de Drogas, ni la Fuerza Aérea le querían ayudar, ¿por qué molestarse? Decidió ir al pueblo y buscar algo para almorzar. Montó sus perros en la camioneta y bajó por el camino de tierra alejándose de Montaña Perdida hasta llegar al pueblo cercano. Estaba cansada, enfadada y tenía hambre. La atormentaba la idea de no poder averiguar quiénes eran los intrusos. ¿Y si regresaban?
Se detuvo para visitar a algunos de sus nuevos amigos y les contó la historia. No le creyeron y se preguntaban qué estaba haciendo una chica tan atractiva como Graciela viviendo sola en Montaña Perdida. Les pareció que era una chica muy rara. Fueron muy amables, pero no le pudieron brindar ninguna ayuda. Graciela sabía que, como de costumbre, estaba sola.
Cuando regresó a su cabaña, se dio cuenta de que había mensajes en su contestador automático. Sintió algo de esperanza, quizás alguien la había llamado con información. Apretó el botón para escuchar sus mensajes, pero no había voces, sólo un sonido totalmente desconocido. Ella escuchó con atención y trató de identificar el ruido. Era tan misterioso, como. . . . ¿qué era eso? Como una especie de máquina de coser que hacía eco en un anfiteatro enorme, o como el zumbido suave de motores. Sonaba como, bueno, sí.... sonaba como el interior de una nave espacial gigante. ¿Pero cómo podía saberlo ella? De algún modo lo sabía; de algún modo sabía que estaba escuchando sonidos que procedían del interior de una nave, una nave que estaba en algún lugar del espacio exterior.
Toda la cinta del contestador contenía los ruidos extraños. Ella se sintió mucho mejor. Esa noche mientras dormía soñó que su pequeño valle estaba cubierto por una cúpula de energía invisible que la protegía a ella y a sus perros de cualquier intruso. La cúpula salía de una nave espacial enorme que estaba en el espacio, en algún lugar más allá de Saturno. Graciela durmió muy bien protegida por esta luz de amor que venía de encima del planeta Tierra.
Inanna y Melinar sonrieron desde el óvalo transparente que estaba en lo profundo de la Tierra. Qué bueno era tener amigos en las altas esferas.
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