VI - DUMUZI

Aunque parecía que mi vida era color de rosa y que yo estaba totalmente consentida, las cosas empezaron a verse funestas para mí. Para poder reclamar mi lugar legítimo en la familia de Anu, tenía que casarme con alguien cuyo linaje genética me diera poder. Yo había crecido compitiendo con mi hermano, Utu, y con los otros jóvenes varones. Me veía como alguien igual a ellos. La idea de casarme y ser dominada por alguien con esa dotación genética no me atraía mucho.
En la cultura pleyadense, la energía femenina es respetada. La ley les permitía a las mujeres derechos iguales, así como la oportunidad de expresar sus talentos innatos. No obstante, la mayoría de las mujeres dependían de un "buen matrimonio" para definir su puesto en el mundo. Se podría decir que la mujer pleyadense era considerada igual al hombre, pero bajo condiciones, y los límites de éstas eran fijados por la naturaleza individual de cada mujer.

Mi hermano Utu y por supuesto mis padres me presionaban para que formara un matrimonio poderoso, lo que le daría mucha más fuerza a nuestra rama de la familia. 
Utu se burlaba de mí preguntándome si quería terminar como Ninhursag. Había visto la vida de mi tía/abuela como la de solterona, y eso no me gustaba mucho. 

Seguras en medio del poder que les garantizaba el matrimonio, las mujeres de mi familia tranquilamente tomaban sus puestos al lado de sus esposos. Tranquilamente es una palabra que no me llamaba mucho la atención. Yo deseaba el poder para mí, ¡no quería que me controlara nadie!
No obstante, con toda esa presión para que me casara, empecé a buscar y a pensar cuál de los candidatos disponibles me parecía interesante.

Enlil había tenido éxito en engendrar un hijo con Ninhursag; lo que constituyó otra derrota para Enki, quien sólo había tenido hijas con ella. El nombre del muchacho era Ninurta, y fue educado conmigo y con Utu en Nibiru. Yo pasé mucho tiempo con él cuando éramos niños y siempre estábamos compitiendo y a menudo riñendo. Su madre Ninhursag simplemente lo adoraba de un modo repugnante; era tan malcriado. Ninurta podría ser genéticamente apto, pero ni siquiera valía la pena mencionarlo.

Enki tuvo varios hijos varones, pero el único que estaba disponible era el menor, Dumuzi. Ah, sí, Dumuzi. Incluso el nombre lo deja a uno aplanado, ¿verdad?
Como era el hijo menor de Enki, Dumuzi tenía el puesto más bajo. Le asignaron la Oficina de Pastor Real. ¿Quién inventaría ese título? Estaba encargado de todos los animales domésticos en Terra. Ya sé, todos tenemos que comer y los rebaños son muy importantes para la supervivencia de los Lulus. He oído todos esos argumentos de mi hermano Utu y de mis padres. Pero, ¿alguna vez os habéis regocijado con el olor de las ovejas al final del día? 

Mis padres estaban a favor de la unión. Creo que no veían la hora de verme casada y sin problemas.
Me consolé con la idea de ser miembro de la familia de Enki. A menudo lo podía convencer de que hiciéramos algo agradable juntos, y tenía en mente convertirme en reina de Egipto. Me vi a mí misma flotando en una barcaza dorada sobre el Nilo, reclinada sobre una era de flores, y las multitudes vitoreándome. Con los MEs en mi posesión y un matrimonio poderoso, mis ambiciones en ciernes empezaron a tomar forma. Así que me casé con Dumuzi.

El matrimonio era… bueno, el matrimonio. Dumuzi no era muy brillante y ciertamente no era pareja para mí. Creo que sus hermanos lo habían tratado muy mal, especialmente Marduk, el mayor. Dumuzi era frivolo y egoísta. Pasaba el tiempo mirándose en un espejo esperando que lo atendiera como si fuera su esclava. Su madre vivía para él, le concedía todos sus deseos. Yo empecé a evitarlo todo lo que podía.

Estaba tan aburrida que asumí tareas extras en los Templos del Amor, como se conocía a mis templos. Inventaba toda clase de excusas y en mi nave volaba de templo en templo inaugurando toda clase de nuevas ceremonias. Me comportaba exactamente como un ejecutivo moderno que se marcha en viajes de negocios sólo para alejarse de su mujer. 
Diseñé una cantidad de rituales nuevos que tenían como centro a Dumuzi y a mí con fin de pacificarlo a él y a nuestras familias. Los rituales contenían todo este asunto acerca de nuestro matrimonio y el arte de hacer el amor, acerca de la esposa tímida y su maravilloso esposo. Esta primera telenovela les dio a los Lulus arquetipos sobre los cuales moldear sus propias vidas. 
Los rituales se diseñaron para estimularlos a producir hijos dentro de un ambiente feliz. Para mí, era un escape a la fantasía. Yo inventé mi vida en un ritual como yo quería que fuera, pero no lo era.

Quizás fue mi falta de entusiasmo por Dumuzi lo que nos dejó sin un hijo. Para asegurar nuestros derechos al poder, tenía que haber un hijo que heredara ese poder. Esa era la ley. Pero, cualquiera que fuera la razón, nosotros no teníamos heredero. Entonces, se me ocurrió lo siguiente: Si los demás habían tenido hijos con sus hermanas, ¿por qué no Dumuzi? Anu y Antu habían engendrado a Enlil, que a su vez engendró a ese malcriado Ninurta con Ninhursag.
Yo estaba inspirada.

Fue fácil convencer a Dumuzi de que sedujera a su hermana. Le hablé con entusiasmo sobre el magnífico linaje genético de su familia, y su necesidad narcisista de reproducirse se encargó del resto. La hermana de Dumuzi se llamaba Geshtinanna, y era pavorosamente inocente, nada ambiciosa como yo. 
Hice que mis sirvientes prepararan un picnic detallado, completo con vinos de hierbas parta estimular la libido. Ellos tenían que encontrarse en una colina que daba a los rebaños que estaban haciendo lo que los animales hacen en la primavera. Yo había pensado en todo y, como Geshtinanna era tan ingenua, no tenía la menor idea de que la estábamos embaucando. Después de dos tragos de vino, Dumuzi llegó a la parte sobre tener un hijo juntos y hasta ahí llegó la amenidad. Geshtinanna protestó; ella quería permanecer pura para su esposo, quienquiera que fuera. Dumuzi trató de persuadirla, pero ella se negó abiertamente. ¡Dumuzi perdió el control y la violó! Supongo que esa hierbas que puse en el vino tuvieron la culpa. Son muy eficaces en los hombres.

¡Estupro! Era algo que no podía quedarse sin castigo. Ni siquiera Enlil pudo esquivar el castigo por este delito. Dumuzi y yo le habíamos dado ahora a su hermano mayor, Marduk, una muy buena razón para deshacerse de su hermanito. Marduk había estado trabajando sistemáticamente en la manera de quedarse con Egipto, Marduk no me quiere y no quería arriesgarse con mis ambiciones o las dinastías que yo esperaba establecer.

Dumuzi corrió hacia mí y hacia su madre, atormentado de pesadillas y presagios sobre su muerte. Lo animamos a que huyera e hicimos arreglos para encontrarnos en secreto y llevarle comida y agua. Así él podría esconderse hasta que se calmaran las cosas y yo podría hablar con Anu para pedir clemencia. 
Pero Marduk no perdió tiempo. Sus verdugos persiguieron a Dumuzi hacia los colinas y lo atraparon como si fuera un conejillo. Fue algo horrible, me parece que los hombres de Marduk se extralimitaron. El pobre Dumuzi murió a causa de las armas radiactivas que con crueldad le dispararon. Mi esposo estaba muerto y yo estaba sin descendencia.

En ese momento me vino a la memoria una ley pleyadense útil: si un hombre muere sin descendencia, pero no obstante tenía un hermano, ese hermano, ya sea que estuviera casado o no, estaba obligado a casarse con la viuda y procrear un hijo con ella. 
Afortunadamente, Dumuzi tenía ese hermano, Nergal, tan bien parecido e inteligente. Yo siempre lo había admirado. Pero era una pena que ya estaba casado con mi media hermana en el mundo subterráneo. 

Pues bien, yo nunca permito que complicaciones exiguas se interpongan en mi camino. Decidí ir a visitar a la rubia, la Reina del oscuro mundo subterráneo, Ereshkigal, para reclamarle a mi esposo legítimo, su marido, Nergal.