Una hermosa mujer, una diosa, duerme sobre un dragón dorado. El dragón silba, sus ojos irradian un rojo intenso en medio de la oscuridad.
La mujer yace debajo de una gruesa manta de terciopelo,
sus brazos están inertes, sus delicados dedos están quietos y silenciosos. Su piel es azul cremosa, caliente y suave. Sus ojos almendrados se mueven imperceptible mente detrás de párpados cerrados y pestañas largas.
Ella duerme. Ella sueña. . . .
Sentada sobre una nube, ella flota en el cielo mientras
miles de hombres y mujeres se postran ante ella en adoración.
¡Inanna!. gritan ellos.
¡Oh, Reina del Cielo! gritármelos. ¡Ante ti nos inclinamos!
De pronto, detrás de ella, aparecen serpientes venenosas.
Salen de ella retorciéndose y se arrastran hacia las multitudes.
Primero serpientes, luego dragones, después demonios.
Devoran a sus adoradores.
El terror inunda el aire. La sangre manchó, la tierra.
¡No!, grita la diosa. ¡No!
Yo soy ustedes. ¡No me adoren! ¡No!
Ella se deja vencer por la angustia Respirando con
dificultad, despierta tiembla y Ilora
¡No! Gotitas de sudor abren su cuerpo. ¡No! Por su bella
cara corren las lágrimas.
El dragón silba… y guarda silencio otra vez.