Melinar introdujo su conciencia en el grupo de seres que estaba reunido en el óvalo de Inanna: Atilar, Chandhroma, Olnwynn, Graciela, Merwin y, por supuesto, Inanna. Cuando Melinar empezó a hablar, las formas geométricas llamativas, o sea los brillantes, empezaron a cambiar rápidamente.
"Ningún aspecto del Primer Creador está realmente separado del resto. La puerta de salida del mundo de las apariencias puede asumir cualquier forma. Cada expresión de vida lleva consigo el potencial de la libertad y cada uno de ustedes se vistió de los colores y temperamentos que estaban disponibles en el tiempo en el que vivieron. Debido al poder de los cinco sentidos, se perdieron en medio de la dualidad de estas expresiones y se dejaron llevar por las polaridades continuas inevitables. Pero, como ven, esas realidades se han desvanecido, mas permanecen como datos almacenados. Existen por separado pero, no obstante, están conectados eternamente a todos. Nada muere; nada se pierde.
"En una dimensión de realidad, ninguno de nosotros jamás ha abandonado la mente del Primer Creador".
*
Graciela estaba sentada en el bosque de cedros con sus hermosos perros y pensaba cuán tristes habían sido casi todas sus vidas. Toda esa lucha por aprender y llegar a ser algo, para luego dejarse llevar por algún impulso insensato. ¿Para qué era todo eso? Si sólo pudiera regresar y sanar a los otros. Si el padre de Merwin hubiera sido amable, si sólo Chandhroma le hubiera hecho caso a Inanna para no beber el veneno, si Atilar hubiera dejado de contemplar los ojos de la joven sacerdotisa, si Olnwynn no hubiera sido tan amante de la bebida. ¡Si sólo! Esa era la historia actual de la especie humana. La guerra y la destrucción se veían lo suficientemente siniestras en los libros de historia, pero cuando uno las vive en carne propia, el dolor es íntimo y penetrante.
Graciela empezaba a ajustarse a toda esa descarga de información. Las historias de sus otras existencias le fascinaban y la dejaban exhausta. Se dio cuenta de que sus experiencias de muerte no fueron fáciles; tal vez la muerte no se hizo para que fuera fácil. Quizás es la única manera de convencernos de que podemos salir de nuestro cuerpo. De algún modo ella empezaba a desapegarse un poco de todos los datos y comenzaba a ver todas las vidas como partes de un acertijo que se movía en ciclos. Había varios patrones que se repetían. Ella se sentía como si fuera un detective privado a punto de resolver un gran misterio. ¿Pero se resolvería alguna vez el misterio? ¿Lo habían creado para que alguna vez fuera resuelto?
Graciela se acostó sobre el piso duro del bosque y respiro profundamente. El aroma del cedro llenó su ser y cerró sus ojos.
La Doncella del Cielo yacía sobre el piso de su tipi. El curandero la había atado contra el suelo con el fin de "amarrar el dolor". Ella sabía que eso era una tontería; sabía que moriría. ¿Qué sabían los hombres en cuanto a dar a luz? Su bebé dio la vuelta en su vientre y se atoró. A medida que perdía más sangre el dolor se hacía más intenso. ¿Dónde estaba Pequeña Nube, su amiga y partera?
¿Deseaba Pequeña Nube tanto a Pluma de Fuego como para dejar que su amiga, la Doncella del Cielo, muriera en el parto? Ella pensó en su esposo Pluma de Fuego. Siempre se habían amado; habían estado juntos toda la vida; desde niños habían sido inseparables. Y, por supuesto, Pequeña Nube los había seguido a todas partes. La Doncella del Cielo comprendía cómo su amiga amaba a su esposo, pero nunca se inmutó porque nunca dudó del amor que le profesaba Pluma de Fuego. Él pertenecía a la Doncella del Cielo y a nadie más.
Mucho antes de que el hombre blanco llegara a sus tierras, los miembros de la tribu de Doncella del Cielo vivían pacíficamente en sus hermosas colinas. Respetaban la Tierra y a todos los espíritus. Trabajaban para lograr la armonía con el viento y las estrellas y sabían cómo llegar a ser uno con todos los espíritus animales. Cuando era una niña la iniciaron en el conocimiento de los cielos nocturnos. Ella pasaba muchas horas en silencio bajo las estrellas y traía las esencias del cielo hacia la tribu y sus tierras. La sabiduría de Doncella del Cielo era venerada.
Los miembros de la tribu creían que habían venido de las estrellas y que algún día regresarían. Se sabía que el grupo de siete estrellas a las que llamaban Las Hermanas era su lugar de origen. Durante las noches oscuras, ella miraba a ese grupo y le hablaba a una Dama Azul que a menudo se le aparecía. Esta dama le daba conocimientos y sabiduría. La animaba a que se respetara a sí misma. La Doncella del Cielo llegó a amar a esta Dama Azul y a creer que algún día la tribu regresaría a las estrellas.
Pluma de Fuego era un joven atractivo y fuerte que adoraba a Doncella del Cielo. Habían pasado muchas horas juntos riendo y caminando por el bosque o montando a caballo por las colinas con el viento en sus almas. La vida era muy agradable cuando estaban juntos. De su unión ya había un niño. ¿Por qué estaba causando tantas dificultades este segundo parto?
El dolor se volvió agudísimo y había perdido demasiada sangre. La Doncella luchaba contra las ataduras de cuero mientras el sudor corría por su rostro. Si sólo pudiera zafarse. Miró a una abertura que había en la parte superior de su tepee y pudo ver un pedacito de cielo azul. ¿Por qué la habían dejado sola? Un agudo dolor partió su cuerpo y no sintió más. Se alzó por encima de su cuerpo atado y, cuando miró hacia abajo, vio sangre por todas partes. Pequeña Nube entró en el tepee, gritó y halló a su amiga muerta. Sacó al bebé del cuerpo de Doncella que todavía estaba caliente, cortó el cordón umbilical y le dio una palmada en el trasero. Una niñita empezó a chillar. Estaba cubierta de sangre, pero estaba viva.
Pluma de Fuego y otros entraron. La Doncella del Cielo sintió el dolor y el impacto de su esposo al ver su cuerpo inerte. Ella sabía que él no iba a llorar; él no podía, no era su costumbre. Pero algo dentro de él se quebró y no volvió a ser el mismo. Porque para aquellos que están destinados a estar juntos, cuando el compañerismo termina, toda la vida termina. Pluma de Fuego no quiso cuidar al bebé.
Pequeña Nube no sabía si sus celos habían evitado que se presentara con más prontitud al parto. ¿Por qué no regresó a tiempo como lo había prometido? Empezó a limpiar la sangre del cuerpo de la niña. Ella sabía que Pluma de Fuego nunca sería para ella; él ya pertenecía a los muertos vivientes, ya no le servía a nadie. Decidió encargarse del bebé y criarlo. Por lo menos podía decir que tenía su hija.
El bebé pudo ver con facilidad el cuerpo etéreo de la Doncella del Cielo, aunque nadie más lo vio. "Mami, ¿por qué te vas?" Los pensamientos de madre e hija eran como uno. Todavía flotando por encima, la Doncella le habló a su niña: "Niñita, mi amor, debes ser valiente. Sabe que te amo. Consuela a tu padre si puedes y quédate con Pequeña Nube. Ella ha jurado cuidarte y tú serás lo único que ella tendrá de él. Siento no poder estar contigo para enseñarte los caminos del cielo. Adiós, mi hijita, mi amor siempre está contigo". Años después, una niña india desharrapada y delgada le seguía el paso a su padre. El hombre, ya avanzado en años y entumido de la pena, no le prestaba atención. La niña se había vestido con ropa de muchacho con la esperanza de complacer a su padre. Le jalaba la manga al viejo guerrero, pero él no se daba cuenta. Para él, ella ni siquiera existía.
Graciela empezó a llorar. ¡Oh, Dios mío, esa pobre muchachita! La vida estaba hecha de texturas infinitas de experiencia. Quién si no un ser de poder infinito e ilimitado se atrevería a colocarse en un mundo tan precario como éste.
Graciela pensó que nunca había querido tener hijos. Se había dicho a sí misma que temía tratar a sus hijos como sus padres la habían tratado a ella. Pero en lo más profundo de su ser también había un temor escondido a la acción de dar a luz. ¿Por qué estaba la vida de la Doncella del Cíelo grabada en los impulsos de Graciela?
Pluma de Fuego le recordaba a Miguel, quien fue su novio en la escuela. Se conocieron cuando ella sólo tenía doce años, pero los dos inmediatamente supieron que eran el uno para el otro. Miguel tenía pensado casarse con Graciela, pero a medida que pasaban los años, ella temía terminar como su madre y se alejó de él. Ella hablaba de marcharse, de irse a Nueva York o a París. Él se casó con otra, una amiga que para Graciela era como Pequeña Nube.
Graciela se imaginó que caminaba por un laberinto sin fin en el cual tropezaba con partes de ella misma y de las cuales ni siquiera sabía que existían. De algún modo todas las partes estaban conectadas y todas las conexiones podrían responder sus preguntas y llenar el vacío que siempre había sentido dentro de ella.
En su mente vio las hermosas formas geométricas que ya le eran tan familiares. Los colores eran vivos y las formas resplandecientes se movieron en sucesión rápida cuando Melinar empezó a hablar.
"Todos los sistemas filosóficos y religiosos que están disponibles en forma escrita son reflejos de la verdad en diferentes momentos que fueron necesarios para satisfacer las necesidades de ese tiempo. No es necesario que ligues tu conciencia a ninguno de estos sistemas y las formas de expresión religiosa que existen todavía les son útiles a muchos, pero muchas otras formas se perdieron desde el período prehistórico puesto que no se escribió nada. La verdad es la verdad en cualquier momento presente de existencia, sin importar la forma en que se manifieste. La forma está sujeta a las necesidades y capacidad de recepción de la raza de seres que exista y es establecida por el nivel de su evolución. Esas formas de pensamiento que construimos a nuestro alrededor para protegernos son a menudo las mismas formas que invitan nuestra destrucción. El Primer Creador siempre está en movimiento y siempre cambia".
Los brillantes de Melinar se movían más rápidamente de lo que los ojos humanos de Graciela podían captar, pero entendió que había una trampa inevitable en la necesidad humana de detener el cambio. Todo lo que se coloca en piedra inevitablemente se deteriora. Aquello a lo que tratamos de aferramos se pierde. Nadie puede detener un río.
Graciela se puso de pie y fue a acostarse junto a sus perros. Se sintió cómoda en medio de su piel gruesa y oscura y se imaginó que estaba bien protegida en brazos de Inanna. La bella diosa azul abrazó a la pequeña Graciela, que se quedó dormida. Era bueno estar en casa.
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