Cuando Anu empezó por primera vez a colonizar Terra hace más de 500,000 años, ya existían miles de kilómetros de túneles subterráneos. Dichos túneles y cuevas fueron construidos por la Gente del Dragón y la Gente de la Serpiente. En esos primeros días, Anu luchó, no solamente por Terra, sino también por estos túneles, ya que son de valor estratégico crucial porque ellos albergan los portales de tiempo.
El tratado que solucionó la guerra entre los enkitas y los enlilitas le concedió a mi padre Nannar la entera península del Sinaí. Aquí se encontraba el centro de control de la misión, el puerto espacial y la entrada a los túneles. A mi hermano gemelo Utu le dieron el control de estos servicios por ser hijo de Nannar.
Utu es una persona muy dedicada al deber y nuestro abuelo Enlil le tenía toda la confianza. Utu y yo siempre nos hemos querido mucho y, como somos mellizos, estamos telepáticamente unidos,
Pero Utu tiene el mismo carácter de mi madre Ningal. Él tiene una inteligencia silenciosa, un temple de dignidad y humildad. Yo soy como mi padre: aventurera y apasionada. Con su mirada misteriosa y penetrante mi padre podía cautivar a cualquiera.
Como ya lo dije antes, Utu amaba mucho a Gilgamesh y verdaderamente quería ayudarle. Después de que se llevaran a Enkidu a trabajar en las minas por el resto de sus días, Utu fue a visitar a Gilgamesh. Bueno, inmediatamente Gilgamesh le rogó que le concediera la inmortalidad de los Dioses.
Utu le sugirió que si él podía de algún modo probar su merecimiento delante de los otros dioses, por lo menos ellos le podrían conceder una vida más larga. Después de todo, Enlil le había concedido la inmortalidad a Noé. Entonces Utu le transmitió visiones de Tilmun, la tierra de los Vivientes. Esto se hizo en los sueños de Gilgamesh para no despertar la ira de los otros dioses.
Tilmun es la tierra de los Vivientes porque está por fuera del tiempo terrestre y en una dimensión diferente a la de Terra. Como ya lo mencioné, nosotros debemos abandonar la frecuencia de Terra a intervalos regulares. Si no lo hiciéramos, nuestros cuerpos eventualmente se ligarían a Terra y envejeceríamos como los humanos. Todos nosotros viajábamos regularmente a Tilmun; allá teníamos hermosas casas. Para llegar a Tilmun uno tiene que viajar por los túneles de las serpientes.
Los túneles en sí mismos son maravillosos. En un principio se formaron mediante los gusanos de las serpientes y van en forma de círculos concéntricos con recodos interminables. El color de la luz en estos lugares es un dorado verdoso y se ve que las paredes brillan con una sustancia viscosa. La baba no es más que un sellador pero repele a los humanos bastante bien. Muchos kilómetros de los túneles están bajo total oscuridad. En muy raras ocasiones han hallado los humanos la entrada a estos túneles. Para encontrar las entradas y tener acceso uno tiene que estimular la energía serpiente lo que ustedes llaman kundalini o chi. Sin un dominio de estas fuerzas sutiles, una entrada permanece invisible. La mitología de Terra esta llena de historias sobre estos lugares. Algunos humanos en estados alterados han tropezado con ellos sin saberlo, pero muy pocos han regresado. Los chamanes de las llamadas tribus primitivas de Terra han obtenido acceso con frecuencia, pero ellos prefieren guardar silencio en cuanto a esto.
En la época presente hay siete entradas a dichos túneles. Una está localizada debajo de la Esfinge en Egipto y otra está en Jerusalén. Una tercera entrada está en el fondo del océano Pacífico cerca de un lugar llamado Vanuata. El lago Titicaca en Perú, el Monte Shasta en California y el Monte Merú en los Himalayas albergan otras tres. La séptima entrada yace bajo el grueso hielo de la Antártida. La Antártida es también la locación de un torés magnético que les da potencia a todos los túneles con energía de plasma.
*
En sueños, Utu le dijo a Gilgamesh que entrando por los túneles de las serpientes podría encontrar a Tilmun, la tierra de los Vivientes, donde vivía Noé, el sobreviviente del Gran Diluvio. Si Gilgamesh podía encontrar a Noé, tal vez éste le daría el secreto de la inmortalidad. Como los túneles eran su dominio, Utu pensó en ayudar a Gilgamesh proyectando unos cuantos hologramas útiles dentro del cerebro de Gilgamesh para guiarlo en su camino.
Yo personalmente estaba ya aburrida de todo ese asunto de Gilgamesh, eso ya no era algo para mí. Pero Utu no dejaba de contarme cada detalle del viaje del pobre Gilgamesh. Él observaba cada paso de su precioso nieto. Más tarde los Lulus compartieron su ávido interés y la leyenda de la búsqueda de la inmortalidad por parte de Gilgamesh se hizo muy popular. Ilustraba todos sus temores, esperanzas y derrotas. Si Gilgamesh no podía anhelar vivir para siempre, ¿entonces quién de su raza podría hacerlo?
En los primeros días de la colonización de Terra Enki había ampliado los túneles. A él le pareció muy lento el método de los gusanos, de modo que usó rayos antimateria para evaporar la roca. En algunos lugares este procedimiento dejaba burbujas grandes sobre las paredes que reflejaban luz de una manera muy extraña. A Enki le encantaban y estaba feliz con sus túneles de burbujas. En su laboratorio del Abzu, Enki siempre estaba inventando monstruos y criaturas mutantes genéticas, de modo que creó una buena cantidad de monstruos feos para que vigilaran las entradas a los túneles que conducen a otras dimensiones.
Con ayuda de Utu, Gilgamesh cruzó las montañas y llegó hasta la entrada de uno de los túneles. Allí se encontró con algunos de los guardianes escorpiones de Enki. Estos eran monstruos con piernas humanas y cuerpos y cabezas de escorpión. Asustaron mucho a Gilgamesh y le advirtieron que estos túneles oscuros se convertían en un laberinto de muerte para casi todos los humanos. Le negaron la entrada. Luego, como por arte de magia, Utu dio la señal para que lo dejaran pasar.
Por lo que le pareció como una eternidad, Gilgamesh vagó en oscuridad total a través del laberinto, chocando contra las paredes, lastimando su cuerpo y llamando a Utu como un loco. El aire era tan pesado que a duras penas podía respirar, pero no obstante continuó su viaje. Como veía toda clase de demonios horribles que lo empujaban contras las paredes babosas, empezó a creer que estaba loco. Se perdió todo el sentido de la orientación y su única realidad era la oscuridad.
Entonces sucedió algo extraordinario. Gilgamesh empezó a ver en medio de la oscuridad, pero no en su forma normal, sino más bien con el ojo de un dios. Los genes que había heredado de Utu empezaron a activar los conos de sus ojos. Al principio sólo veía los contornos dorados de las paredes, como en una foto en infrarrojo y, aunque pensaba que todavía caminaba en medio de la oscuridad total, los contornos le sirvieron como guía y evitaron que golpeara su cuerpo contra las paredes.
Al salir del túnel, Gilgamesh entró en el jardín de los dioses. Al principio estaba aturdido, pero empezó a refrescarse con agua y frutas. Él estaba en uno de los jardines famosos de mi bisabuela Antu. Ella los construyó no solamente en Nibiru sino también en cualquier lugar donde Anu se lo permitía. Hay muchas leyendas que hablan sobre estos jardines porque, además de frutas y flores reales, siempre hay una sección compuesta de oro y piedras preciosas. Imaginen enredaderas de uvas forjadas en oro y plata con uvas de amatista y peridoto. Abundaban hileras de trigo dorado y maíz y, entre una plétora de perfecciones artísticas, las rosas eran lo más maravilloso. Antu había convertido esta forma artística en una pasión pleyadense y las mujeres nobles competían entre sí en justas centenarias proyectando hologramas de sus jardines a través de las galaxias.
Gilgamesh, ya ensangrentado y sucio de su dura prueba en el túnel, estaba debidamente anonadado. Utu le sugirió que se bañara en la piscina del jardín y luego lo dirigió a una mujer cubierta con velo que estaba sentada al borde del mar y que se llamaba Siduri. Ella era de la raza de los Dragones y les sirve vino a los dioses antes de que crucen el mar para llegar a sus hogares, Gilgamesh le preguntó cómo podía encontrar a Noé.
Siduri le explicó que ningún hombre podía cruzar ese océano. Para los Lulus ese mar era conocido como las aguas de la muerte. Gilgamesh le contó a Siduri toda su historia y le recalcó que era dos tercios dios, mientras Utu flotaba en el aire por encima de ellos. Al ver a Utu, Siduri llamó al barquero para que llevara a Gilgamesh a la morada de Noé.
El viejo Noé revivió las memorias del Gran Diluvio para su huésped, enfatizando el hecho de que fueron los dioses los que habían decidido destruir a los Lulus. Como había aprendido mucho acerca de los dioses durante los siglos, Noé sabía que nosotros no éramos de confiar y le dijo a Gilgamesh que renunciara a su búsqueda de la inmortalidad.
Pero Gilgamesh no se dejó convencer, así que Noé le sugirió entrar en un programa de austeridad para probar su dignidad a los Dioses. Quizás si Gilgamesh pudiera permanecer despierto y atento durante una semana impresionaría a los dioses y le podrían conceder su petición. Entonces el pobre Gilgamesh se sentó para probarse a sí mismo, pero inmediatamente se quedó dormido.
Exacerbado, Noé le contó entonces sobre una planta que crecía en el fondo del mar y que lo podría volver inmortal. Con valentía Gilgamesh se sumergió y trajo la planta hasta el bote, sólo para que se la robara una serpiente. A Gilgamesh, la inmortalidad de los Dioses se le había escapado para siempre, aun con toda la ayuda de Utu.
Utu estaba acongojado, pero no había nada más que mi hermano pudiera hacer por Gilgamesh. Ésa era la ley: los Lulus deben permanecer en un estado de inconsciencia, una especie de sueño. Manipulaciones genéticas les habían arrebatado su divinidad desde hacía muchos milenios. Ni siquiera el amor que Utu sentía por Gilgamesh pudo cambiar esto. Gilgamesh regresó a Uruk, donde reinó hasta su muerte y donde era conocido como el que había visto los túneles.