Graciela recordó cómo le había encantado la danza. Cuando era una niña, llevaba a su cama bufandas grandes, las colocaba debajo de sus mantas y simulaba que ellas eran su atuendo de danza. Se imaginaba que era una bailarina famosa en un reino mágico. Su imaginación le permitía hacer estos vuelos de fantasía durante horas. Durante siete años estudió ballet y su madre le compró un par de zapatillas rojas porque a Graciela le había gustado mucho le película "Las Zapatillas Rojas". Graciela pensó en los zapatos que había perdido aquel día en Nueva York. Le parecía que había pasado tanto tiempo.
Ella se preguntó si la vida de Chandhroma como bailarina de algún modo había tenido que ver con su amor por la danza. ¿Afectaban todas la vidas multidimensionales de alguna manera a todas las otras? Graciela trató de imaginarse manejando un hacha, lo que hizo reír a Olnwynn. Éste se había apegado a la conciencia de Graciela, estaba muy interesado en su familia y amaba mucho a sus perros. Corría con ellos por el bosque y para tomarles el pelo atravesaba árboles.
Los recuerdos de los otros Yo eran tan claros. A ella le parecía que le estaban mostrando películas holográficas a todo color de las vidas de personas a las cuales, de una forma misteriosa, se sentía muy cercana. Pensó en muchos de los incidentes mágicos de su vida. Sabía que de su madre había heredado sus habilidades psíquicas. La madre siempre sabía lo que Graciela estaba pensando, lo que constituía una molestia para ella, porque su madre rara vez estaba de acuerdo con lo que hacía.
En los años sesenta. Graciela había experimentado con sustancias que alteran la mente, como tantos otros de su generación, pero una voz le advirtió que desistiera de esto. Ella no le podía atribuir su deseo de saber la verdad a ninguna de esas experiencias. Desde la adolescencia, estaba decidida a encontrar respuestas y desde los catorce años tenía su diario. Lo había empezado con estas palabras: "Esto es para probar que una chica puede pensar por sí misma". Y era precisamente el pensar por sí misma lo que siempre la había metido en problemas.
Todos querían que luciera hermosa y que se casara con un hombre bien rico. Su madre le había advertido que nadie se casaría con ella si continuaba leyendo esos libros. Graciela encontró que su vida era vacía y que estaba llena de hipocresía. Trataba de ser como los demás, pero no podía. Era como si el Flautista de Hamelin estuviera tocando en algún lugar de su interior, exhortándola a otra clase de vida. ¿Por qué había nacido en aquella familia? Ahora parecía que Olnwynn tuviera las respuestas. De hecho su madre le debía a ella la vida que le había arrebatado a Olnwynn, pero su pobre madre tampoco era feliz. ¿Estaba el pasado atormentando a su padre y a su madre? ¿No era su padre un tirano como lo fue Olnwynn? ¿Cuándo terminaría todo esto?
"Sólo terminará cuando tú lo cambies", dijo Inanna. "La llave está dentro de ti, Graciela. Tus realizaciones, aunadas a toda la sabiduría de los otros Yo multidimensionales, activarán las secreciones hormonales que están dormidas en tu cuerpo. Tu conciencia transformará tu cuerpo físico y, a medida que cambie tu percepción de la realidad, cambiará tu vida en este plano. Pero yo no lo puedo hacer por ti, amada, tú debes hacerlo por ti misma. Este es un universo de libre albedrío y si yo te obligo a cambiar, violo la ley del libre albedrío".
Graciela pensó que era una lástima. Quería que Inanna y Melinar la tocaran con una varita mágica y cambiaran todo lo que hay en el mundo. Pero evidentemente, no iba a ser así. De algún modo ella lo tenía que hacer por sí misma. Pensó en todas las historias que había leído sobre los grandes maestros que pasaban años disciplinándose en las partes altas de las montañas. En la epopeya hindú, el Mahabbarata, aquellos que aspiraban a conocer la verdad o a la ayuda de los dioses siempre ejecutaban lo que se llamaba tapas. Graciela había aprendido que esto significaba "generar calor". En el cuerpo se podía realmente producir algo que era como un calor divino, y ella se preguntaba si ese era el secreto para poner a funcionar el sistema endocrino. Está escrito que en los tiempos antiguos los que querían lograr habilidades mágicas se paraban en un dedo del pie durante 2,000 años, una imagen que siempre divertía a Graciela.
Ella había buscado muchos maestros y escuelas para que contestaran sus interminables preguntas, pero cada fuente de conocimiento había caído en la trampa de ser seducida por el poder que ejercía sobre sus estudiantes. Al principio esto era muy deplorable para Graciela, pero, a medida que veía que este modelo se repetía, se dio cuenta de que la tiranía disfrazada era la conclusión lógica de la mayoría de las escuelas. La verdad espontánea no se podía convertir en una ley. La mejor expresión de esto la encontró en un maestro chino, Lao Tzu quien dijo algo asi como que la verdad no puede ser expresada más que por aquellos que no la entienden.
Graciela sabía que tenía que encontrar la verdad dentro de sí misma.
Atilar estaba empezando a acostumbrase a su nuevo medio ambiente. Él había sido entrenado para salir de su cuerpo y viajar a otras dimensiones, de manera que la muerte no era algo tan horrible para él. Pero la pérdida de su verdadero amor, la joven sacerdotisa de la Luna, temporalmente había dañado sus percepciones. La pasión que ellos juntos habían producido cambió drásticamente su nivel normal de energía, por eso necesitaba tiempo para poder asimilar todos estos cambios.
Instintivamente él sabía quiénes y qué eran Inanna y Melinar. Con facilidad absorbió los datos de las vidas de los otros Yo multidimensionales. Recordó que una vez había visitado a Olnwynn en el campo de batalla. El intenso calor psíquico que Olnwynn generaba en esos momentos lo había atraído. Olnwynn se volvía uno con su hacha a medida que decapitaba a sus enemigos; nadie se escapaba de su voluntad enfocada. En esos momentos, la frecuencia de Olnwynn era igual a la de Atilar cuando afinaba los cristales.
Atilar le ofreció su conciencia y los datos de su vida a Graciela. Ella se abrió al campo de energía de él y sintió que su cuerpo entero cambió; se sintió más ligera y más fuerte. Atilar tenía mucho que ofrecer y mucho que enseñar. De noche, en su cama, Graciela asimilaba las experiencias de sus Yo multidimensionales. En su mente los abrazaba, y sentía un intenso amor por cada uno de estos seres. Ella no podía juzgarlos sin importar lo que hubieran hecho; ellos eran simplemente lo que eran y Graciela los amaba. Reflexionó que tal vez el Primer Creador pensaba así sobre toda su creación.
A medida que el tiempo había pasado en la Tierra, los hombres se habían vuelto más y más temerosos de sus sentimientos. Esto era la consecuencia natural de participar constantemente en guerras inútiles en las que a menudo morían o quedaban inválidos. Muchos hombres habían tenido la experiencia de yacer heridos e impotentes durante días en el campo de batalla mientras oraban para que la muerte se los llevara antes de que llegaran los buitres y los destrozaran. Se les adoctrinó para que ocultaran sus sentimientos, para que no actuaran como las mujeres. Se les dijo que las mujeres eran inferiores. A cambio de la sensación de superioridad, los hombres se privaron a sí mismos de la experiencia de su propia ternura y emociones. Merwin, otro de los Yo de Inanna, era uno de estos hombres.
Merwin creció en un ambiente en el que su padre abusaba de su madre. Ella era una mujer inteligente y sensible y le enseñó a leer y a querer los libros. Le inculcó la idea de que el conocimiento era la única cosa de valor real en la vida. Merwin trataba de defender a su madre, pero no era más que un muchacho. Un día en un estallido de ira, su padre accidentalmente mató a su madre. Desesperado y desdichado, Merwin escapó.
Se decía que en Alejandría había una enorme biblioteca llena de libros y conocimiento de todas las partes del mundo. Merwin soñó que sería muy feliz pasando el resto de sus días en un lugar así. Sucio y hambriento llegó a las puertas de la biblioteca y le rogó al guardián que le permitiera trabajar allí. Él haría cualquier cosa por permanecer en la biblioteca. El guardián tuvo compasión del muchacho y le permitió entrar.
Merwin se quedó en esta enorme biblioteca por el resto de sus días. Leyó y clasificó todo lo que había. De vez en cuando pensaba en su madre, en cuán complacida estaría ella de verlo en un lugar así. Pero pensar en ella le causaba mucho dolor. Él se convirtió en una leyenda en Alejandría y también en un chiste. Todos lo admiraban por su conocimiento y siempre recurrían a él cuando necesitaban un libro o un papiro. Pero también se burlaban de él y decían que era tan seco como sus papiros antiguos. Se sabía que su vida estaba reducida a estar con sus libros. Nunca estuvo con una mujer. Llevaba una vida de recluso en medio de papiros desteñidos y estantes polvorientos. Nunca salía de la biblioteca.
Un día, cientos de soldados llegaron a Alejandría. Conquistaron la ciudad e incendiaron la biblioteca. Se decía que las llamas del incendio se podían ver a kilómetros. Todo el conocimiento almacenado de la antigüedad desapareció en aquellas llamas. Las historias de la Atlántida, de Lemuria y de muchas otras civilizaciones antiguas se convirtieron en cenizas. Merwin permaneció allá aquel día. ¿A dónde se pudo haber ido? Sin su biblioteca no quería vivir. Entonces Merwin se unió a Melinar e Inanna y a los otros que estaban en el óvalo. Merwin, quien desde la muerte de su madre nunca se había permitido a sí mismo sentir, derramó lágrimas de éter transparente en una dimensión extraña.
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