XV - GANDIVA



Los hijos de Enki crecieron conscientes de que todo Terra les habría pertenecido si no hubiera sido por Enlil y sus hijos. El rencor y aversión que Enki sentía por su hermano Enlil se había filtrado en las vidas de sus hijos como un veneno. Los enkitas estaban apasionadamente decididos a vengarse y se oponían a cada paso que daba Enlil. Como Enki perdió el control sobre sus hijos, el odio de ellos socavó a la familia. Marduk y su hijo Nabu trataron de arrebatarles el poder a sus propios hermanos. Nergal no estaba dispuesto a entregarle todo su poder a Marduk y opuso la mayor resistencia llegando hasta formar una alianza con Ninurta, hijo de Enlil.


Ninurta comandaba los escuadrones de vuelo enlilitas que patrullaban a Terra. Él había conducido a las famosas Hordas Gutianas hacia Acadia para destruir lo que quedaba de mis ejércitos.
También se le encomendó la tarea de recuperar los sistemas de riego del Eufrates después de que Marduk los había contaminado.
Ninurta y su esposa, Gula, estaban apostados en la ciudad de Lagash. Ninurta, a quien le encantaba volar y comandar la fuerza aérea, también era aficionado a la construcción y la ingeniería. Esperaba ansiosamente el desafío de limpiar el río. Mas detestaba el asunto de gobernar y no tenía paciencia para la vida social que conllevan estos deberes. Su esposa Gula estaba muy dedicada a él pero Ninurta era demasiado exótico para ser compañía de alguien. Tal vez él había levantado una pared a su alrededor para desviar las constantes atenciones de Ninhursag, su dominante madre.


Ninurta se volvió muy introvertido, descuidó el control del gobierno y desaparecía durante días. Se escapaba en su nave favorita, el Pájaro Negro.
Él quería construir pirámides; desde los tiempos de la guerra sintió envidia de las grandes pirámides de Egipto e invitó a los arquitectos que habían tomado parte en el diseño y construcción en Giza para que empezaran a trabajar en Sumeria. Esto lo mantuvo ocupado por un tiempo cerca de casa, por lo que su esposa se alegró. Pero paulatinamente la tentación de volar solo en su nave lo venció. Se alejó de toda civilización y volaba sin cesar a través de montañas lejanas. Allí formó una legión de luchadores y les enseñó las artes marciales. Disfrutaba mucho de la compañía de estos hombres rústicos.


Ninurta estaba hastiado del estilo de vida de su familia, los dioses. Preocupado por nuestros conflictos eternos, él recordaba su niñez cuando Terra era todavía una aventura desconocida. Deseaba esa época cuando estaba libre de las ominosas responsabilidades de ser el hijo de Enlil. Tengo que reconocer que yo nunca llegué a comprender completamente a Ninurta. Él es una persona muy compleja, atormentado por la carga de sus deberes y una necesidad apremiante de simplemente ser un niñito juguetón, el niñito que tal vez nunca había sido.


Como Ninurta estaba fuera por largos períodos, Marduk empezó a mirar a Babilonia y sus ciudades circundantes. Él y sus seguidores empezaron a infiltrarse en los pueblos de la campiña y, empleando hologramas, se aparecía ante los líderes de ciertas tribus identificándose con diversos nombres. A estas tribus se les animó a que se inclinaran y adoraran al Dios Marduk. Él ejecutó muchos milagros para la gente, les dio poder y riqueza y les advirtió que los dioses de Enlil y su clase eran dioses falsos. Les decía que los que no lo adoraran serían castigados; condenados al infierno para siempre.


Durante siglos los humanos habían sido preparados para adorar algo que estaba por fuera de ellos, o sea a nosotros. Contra esta manipulación ellos tenían muy poca defensa.
¿Cómo iban a saber cuál de los dioses era verdadero? Ciertamente todos los dioses eran volubles; más de una vez habían dejado a los humanos abandonados a su suerte. La gente de las tribus razonaba que quizás deberían adorar al dios que les proporcionara lo mejor, o que tal vez sería mejor obedecerle a aquel que amenazaba con castigos horribles.


Marduk era un genio para confundir a la gente. Empezó a ganarse la devoción de los Lulus al corroer alevemente el poder de los otros dioses. La ciencia del control mental y la propaganda para lavar el cerebro estaban en sus primeras etapas.
Debido a la ausencia de Ninurta, Enlil tuvo que nombrar a alguien más idóneo para la tarea de gobernar Sumeria. Escogió a mi padre Nannar. Desde la ciudad de Ur, Nannar y mi madre Ningal empezaron a reconstruir las rutas comerciales normales y a restaurar la agricultura y los negocios en el área. Los templos reanudaron sus actividades normales y se construyeron nuevos zigurats.
No obstante, las cosas no estaban bien del todo. En el aire de Terra se sentía la fricción y el antagonismo. Era como si el planeta fuera un ser que no pudiera soportar los odios y disputas de los dioses. Una sensación de ansiedad empezó a rodearlo todo. La ambición y la avaricia corrían rampantes por toda la tierra; tan pronto como se Inauguraba una monarquía era destronada por otra. Las escaramuzas aumentaban mientras los estados de ánimo se exacerbaban. Los ojos de Marduk leían por encima de sus futuros dominios.


Pueden leer la historia de este tiempo, pues se escribió mucho en las tablillas de arcilla. Marduk y su hijo Nabu lucharon sin cesar para ganar el territorio y control del puerto espacial. Al lado de Enlil estaban mi padre Nannar, mi hermano Utu, Ninurta y Nergal, hijo de Enki.
Hacia el final de estas horribles guerras, Matali fue a visitar a su viejo amigo Enki. Matali siempre había estado al mando de la nave personal de Enki y los dos habían pasado muchas horas juntos. Matali le rogó a Enki que hablara con sus hijos. ¿Qué se lograría con toda esta lucha? Con seguridad la Tierra y su gente sólo sufrirían más. ¿Qué tal si los hijos de Enki y Enlil perecían en la batalla? ¿Qué le quedaría a uno de los dos patriarcas? El resultado de esta guerra sólo podría ser la aniquilación mutua, puesto que ambos lados tenían armas poderosas. Si Anu escogía el Gandiva, nadie podría evitar la aniquilación. ¿Quién podría predecir el fin de una guerra tan devastadora?


Después de escuchar a Matali, Enki visitó a su hijo Nergal y trató de razonar con él. Pero Nergal se negó; él siempre había creído que Enki prefería a Marduk. La verdad era más conmovedora: Marduk ejercía una forma sutil de control mental sobre su padre y Enki era simplemente impotente en presencia de Marduk. Nergal se enfadó mucho por los esfuerzos de Enki para que se lograra la paz con Marduk. Enfurecido le dijo a Enki que se marchara y maldijo tanto a su padre como a su hermano, prometiendo destruirlos.
Solo, el pobre Enki lloró tristemente. No sabía qué hacer y recordaba las épocas más felices, las fiestas de Antu.
*
Los profetas de la fatalidad empezaron a multiplicarse por toda la tierra. Todo sacerdote y adivino contaba historias de la destrucción que se avecinaba y oráculos en todos los templos profetizaron el fin del mundo. Muchas de las predicciones eras absurdas y nunca se cumplieron, pero era como si la gente estuviera adicta a estos pronunciamientos. Mientras más horrorosas eran las predicciones, más gente pagaba por escucharlas.
¡Los profetas estaban en verdad haciendo su agosto!


Se levantaron nuevos edificios para albergar a los Lulus que deseaban reunirse para llenarse de temor. Entre las profecías más populares estaban los cuentos de escasez de alimento y la devastación de ciudades enteras, mientras que los terremotos y diluvios luchaban por el segundo lugar. Los Lulus pagaban todo su dinero por venir y escuchar estos cuentos, que los asustaban hasta la locura. Este temor generaba una energía de la cual Marduk aprendió a alimentarse, y empezó a fomentar el miedo proyectando imágenes holográficas en el cielo y creando escenas aterradoras. Experimentó con la energía de ese temor, manipulándola y modificándola para saciar su apetito. Era mejor que la carne humana y más fácil de administrar.
*
Las profecías se volvieron autorrealizables. Un día terrible lo ejércitos de Marduk cayeron sobre Nippur, la ciudad sagrada de Enlil. Ninurta sacó sus tropas para defenderla, pero el templo y los tronos sagrados ya estaban destruidos. Enlil respondió de una manera implacable ordenando la destrucción de Babilonia, la ciudad preferida de Marduk, así como de todos sus centros logísticos.
Enlil citó al consejo de guerra y se le hizo a Anu la temida pregunta. El arma Gandiva sólo podía activarse bajo la orden de Anu porque, una vez desencadenada, no se podía predecir el resultado. Nergal trató de reunirse por última vez con su hermano Marduk. Si éste renunciaba a sus pretensiones de dominio supremo, el Gandiva permanecería inactivo. Enki, quien estaba presente con Marduk y Nabu, parecía estar en un estado de ceguera, como si su voluntad hubiera sido minada. Sumido en la oscuridad, Enki arrojó su ira y frustración sobre Nergal, por lo cual la ira de éste aumentó. Decidido a usar el Gandiva, Nergal dejó a Marduk y a su padre. Ahora ya nada podría detenerlo.
Todos los dioses estaban conscientes de los peligros posibles del Gandiva. Incluso Marduk sintió miedo cuando se dio cuenta de que su hermano Nergal estaba dispuesto a usarlo.
Anu se llenó de angustia. La envidia de sus hijos había llevado a Terra a este estado. Se dio cuenta de cuán débil se había vuelto su hijo Enki y prefirió destruir las ciudades y el puerto espacial más bien que permitir que todo quedara en las manos del turbulento Marduk. Anu y Enlil veían algo oscuro, casi perverso, en Marduk y sus ambiciones. Él quería apoderarse del planeta Terra, arrebatarle el poder a Anu e incluso gobernar las Pléyades. Se había convertido en una amenaza seria, una especie de máquina que devoraba todo lo que encontraba a su paso. Sin sentimiento, sin corazón, sin gozo de ser, sólo pensaba en una conquista despiadada.
Anu desencadenó el Gandiva. "Una llamarada de luz, filosa como una hoja de afeitar y más poderosa que el sol, con un movimiento en forma de zig-zag. Aunque se apuntaba a objetivos específicos, esta arma de perdición no hacía distinciones."


No sólo se destruyó el puerto espacial; muchos otros lugares importantes para Marduk desde el punto de vista logístico desaparecieron. La península del Sinaí fue destruida totalmente. Pero había algo primordial que no habíamos planeado y que no podíamos controlar: el viento.
Es irónico que el nombre de Enlil puede significar " El Señor del Viento", pero en ese momento ni Enlil ni ningún otro dios pudo controlar los vientos que soplaban sobre Sumeria. Nubes de radiación arrasaban las llanuras matando todo ser humano y animal a su paso. El envenenamiento por radiación desintegraba las células de sus cuerpos, la piel caía de sus huesos, su sangre se evaporaba en los ardientes vientos y morían en medio de un dolor agónico. Los que estaban en la periferia fueron los que más sufrieron porque su muerte fue más lenta. Las tierras quedaron negras con los fuegos nucleares y las aguas quedaron envenenadas.


A salvo en sus naves, los dioses observaban una vez más cómo su frenesí destruía de nuevo millones de vidas. Pueblos enteros desaparecían; animales y cosechas, puentes y zigurats se esfumaban de la superficie del planeta, mientras Terra se agitaba violentamente. 
¿Qué habían hecho ellos? 
Solamente unos cuantos sobrevivientes permanecieron en medio de la espantosa devastación de lo que una vez fue un planeta verde y hermoso. La violencia del Gandiva y las nubes de radiación crearon un impacto que se convirtió en una onda que envió una señal hacia el sistema solar.
Moviéndose más allá de los últimos planetas del sol, la señal viajó por toda la galaxia hasta llegar a otros sectores. Allende la vastedad del espacio, la señal fue recibida por el Consejo de la Federación Intergaláctica. Esos pleyadenses que se divertían en el planeta Tierra habían ido demasiado lejos; había que detenerlos. Un comportamiento tan irresponsable era inadmisible. Habían alterado el equilibrio de todo el universo.
Se hizo un llamado y todos fuimos citados al Gran Salón del Consejo de la Federación Intergaláctica.
*
Nosotros habíamos estado tan sumidos en nuestro juego y en nuestras broncas que olvidamos por completo al resto del universo. 
¿Quiénes eran estos intrusos que se atrevían a interrumpir nuestro juego? 
Anu sabía muy bien quiénes eran ellos y nos convocó a todos con autoridad.