XIII.- ALMUERZO CON MARDUK


Marduk estaba sentado en su comedor privado en la suite del edificio más alto de Hong Kong. Estaba a punto de almorzar con la cabeza de las cadenas de comunicación del planeta Tierra. Le echó un vistazo a su vestido, un Saville Row por supuesto, y a sus zapatos italianos. La Tierra era algo muy divertido, pensó. Sus planes estaban saliendo mejor de lo que pensaba. La semana entrante tendría su reunión habitual con los banqueros del mundo y la otra con los líderes políticos.
El comedor estaba forrado con esculturas excepcionales y espejos antiguos; las paredes estaban adornadas con paneles de caoba pulida. El alto cielo raso brillaba con arañas de luces de cristal que alumbraban las pinturas al fresco que Marduk había extraído de las tumbas egipcias. La mesa ya estaba perfectamente puesta, cubiertos de oro sólido y vajilla de París. No era que Marduk necesitara impresionar a nadie; sencillamente le gustaban las cosas bellas.
Durante los siglos Marduk se había dedicado a convertirse en un conocedor de todo lo que la Tierra tenía para ofrecer. Detrás de él y de rodillas, esperaban seis concubinas bellísimas, listas para servirle en cualquier momento. Si por casualidad dejaba caer una migaja durante el almuerzo, una de las chicas la quitaba inmediatamente del mantel blanco con una paleta de plata. En las puertas había cuatro guardaespaldas, con otros dos al otro lado de la puerta. Todos tenían entrenamiento de ninjas, pero sólo por diversión. A Marduk le encantaba fingir que era una estrella de cine. Disfrutaba de las películas violentas con mucha sangre y escenas de artes marciales. Después de todo, era su mundo y podía jugar de cualquier modo que quisiera.
Muy pronto ya no se discutiría quién tenía el derecho a controlar la Tierra. Marduk se había apoderado de ella, el poder puede con todo y el planeta le pertenecía por derecho a él. Siempre había sido capaz de dominar a su padre Enki. No podía evitar que su padre fuera débil y le encantaba doblegar su voluntad o la de cualquier persona. A él le parecía que el mundo estaba lleno de apocados que esperaban que él los dominara. También estaban los peleles que no representaban un gran desafío. Por último estaba la mayoría que requería un poco de lavado de cerebro por medio de la propaganda. Unos pocos habían sido torturados pero casi todo el mundo cedía. En este almuerzo se discutiría el asunto de la programación y lavado de cerebro. Marduk quería mostrarle a su huésped, el presidente de las cadenas de comunicación, quién era el jefe. A él le encantaba amedrentar a sus empleados; era como su entretenimiento y últimamente había estado muy aburrido. El año 2011 se estaba acercando muy lentamente y él quería que esa Federación Intergaláctica se alejara de su camino para siempre.
Él sabía sobre los intentos de su padre Enki y de esa bruja Inanna para despertar a la especie humana. Sabía que ellos y otros miembros de su familia pleyadense querían probarle a la Federación que los humanos podían, a través de su propio libre albedrío, activar los genes durmientes y tomar su lugar como iguales en la galaxia no como esclavos.
Marduk les había seguido cuidadosamente el rastro a todos los datos de los Yo multidimensionales proyectados. No había sido gran problema frustrar sus tristes intentos de creer en sí mismos. Si sus propias pasiones no los destruían, él fácilmente podía encargarse de que uno de sus agentes los eliminaran. La Historia como él la había moldeado permitía muchas ondas convenientes de histeria, todas diseñadas a la perfección para extirpar cualquier pensamiento original. Mientras los humanos creyeran que eran impotentes, podían ser entrenados para adorar a Marduk en todos sus disfraces. Como los humanos siempre buscaban ayuda y consuelo por fuera de ellos, permanecían débiles y vulnerables a las ingeniosas manipulaciones de Marduk.
Su nueva idea de una cadena de comunicaciones era lo mejor que había inventado hasta ahora. En silencio se felicitó a sí mismo. Una extensa red de señales electromagnéticas rebotaba contra los satélites que le daban la vuelta a la Tierra y mantenía las frecuencias de todo el planeta en un espectro muy limitado. Era casi imposible que cualquier cerebro humano pensara más allá de la frecuencia de supervivencia. Lo único que quedaba era programar imágenes de riqueza y poder más allá del alcance de los humanos y de esta forma dejarlos en medio de un estado de frustración y temor. Era demasiado fácil, Marduk estaba más que aburrido.
Se paró frente a uno de los espejos antiguos que forraban las paredes del comedor. "¡Dios, qué hermoso soy!", pensó. Durante los siglos había perfeccionado su belleza con un sin número de procedimientos quirúrgicos, pero intencionalmente había conservado ese rasgo de crueldad por el cual era famoso. Le proporcionaba mucho placer observar las expresiones de terror en los rostros de sus víctimas a medida que con timidez se acercaban a él.
El presidente de la cadena fue anunciado y entró en el cuarto. Monsieur Atherton Spleek se inclinó servilmente ante Marduk. "Maestro, ¿puedo sentarme?", preguntó.
Atherton les tenía pavor a estas reuniones. Marduk era algo horrible de mirar, y algo extraño siempre ocurría, dejando a Atherton débil del estómago durante semanas después de la reunión. Todo era muy extraño: Marduk se las arreglaba para verse juvenil y hermoso a primera vista, pero cuando uno realmente lo miraba, no podía dejar de preguntarse si Marduk no era el mismísimo demonio. Rápidamente Atherton sacó esos pensamientos de su cabeza; después de todo, él no creía en esas cosas. Solamente creía en el poder y en el dinero, todo lo cual se lo proporcionaba Marduk.
Atherton había nacido en los tugurios de Yakarta y desde niño había sido ambicioso. Esperaba a las puertas de los altos edificios de la ciudad y les rogaba a los hombres de trajes oscuros que le permitieran servirles. En esos días el único negocio que había en Yakarta era el del petróleo, y los hombres de negocios occidentales solitarios querían todos la misma cosa: mujeres. Entonces el pequeño Atherton se convirtió en un intermediario entre los hombres del petróleo y los proxenetas de la ciudad. Era un comienzo. Una de las chicas le había puesto el nombre de Atherton y él inventó el apellido Spleek. En un programa de televisión había escuchado el nombre Spock pero lo confundió y se quedó Spleek.
Atherton le agradaba a Marduk porque era totalmente controlable. A pesar de la posición que él había logrado en el mundo, por dentro era vacío y seco y no conocía otra cosa que la obediencia a su maestro, Marduk. Atherton observó a las chicas que gateaban de rodillas. Qué buen toque, pensó. Tengo que arreglar esto para mis oficinas en París.
"Dime tus noticias, Atherton", ordenó Marduk. Atherton tomó un sorbo de vodka ruso, su mano temblaba un poco. "Maestro, todo está saliendo a la perfección. Las cadenas por cable están listas para unirse con las compañías de teléfono celular y las cadenas de fibra óptica están casi listas".
Marduk estaba construyendo una nueva rejilla electromagnética por debajo de la Tierra para asegurar su control en caso de que alguna nave estúpida de la Federación decidiera derribar sus satélites. La famosa ley de no interferencia debería estar en acción, pero todavía se discutía en todas las escuelas de derecho de la galaxia cómo se interpretaba esa ley. Marduk había violado esta ley muchas veces y no confiaba en su padre Enki ni en ninguno de los de la Federación. Él sabía muy bien que su abuelo Anu y su tío Enlil estaban buscando su caída. En algún lugar, su familia entera conspiraba contra él.
Cuando Marduk se apoderó de la Tierra, también se apoderó del planeta Nibiru. Este pertenecía a Anu y la Tierra se le había entregado a sus hijos Enki y Enlil. Marduk sorprendió a todo el mundo cuando conquistó todo el sistema pleyadense con sus extensos ejércitos de clones, todos diseñados para parecerse a él. Pasó siglos creando estos batallones de guerreros clones en un planeta secreto. Nadie se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde para detenerlo. Ahora no quedaba nadie que se le enfrentara, con excepción de la Federación. En cuanto al intento de devolverles a los humanos su nivel genético, Marduk pensaba que ninguno de los humanos esclavizados tendría las agallas de enfrentársele. Ese plan era demasiado ridículo y ni siquiera merecía su atención.
Todavía odiaba a esa bruja Inanna y recordó el día de su juicio hace mucho tiempo. Toda la familia de Anu se había reunido para juzgarlo. Fue acusado de traspasar los límites y de asesinar a su propio hermano Dumuzi, quien por casualidad estaba casado con esa hembra ambiciosa Inanna. Marduk sabía que Inanna quería controlar Egipto y estaba manipulando a su enclenque esposo con ese fin. A Marduk no le importó en lo absoluto haber hecho degollar a su hermano. Pero sí le molestaba que Inanna hubiera sugerido que lo enterraran vivo en la pirámide y que toda la familia hubiera estado de acuerdo.
Incluso ahora recordaba el sonido de las enormes piedras cuando caían en su lugar y sellaban su tumba. La pirámide era un preservador excelente, hubiera necesitado una eternidad para morir de hambre o de deshidratación. La furia y rabia de esta experiencia había cambiado el ser de Marduk. Después de ese día no era el mismo. El ruego ferviente de su esposa y de su madre convencieron a su padre Enki de que hablara con Inanna para que ella lo soltara. Ella lo hizo y le ordenó que se disculpara. Para empeorar las cosas, Inanna le ordenó que hiciera ofrendas en sus templos. Más tarde, Marduk se deleitó destruyendo esos templos y asesinando a las sacerdotisas que había dentro de ellos.
Marduk había ganado. Una y otra vez había derrotado a Inanna. Había disfrutado de la degradación y sometimiento de todas las hembras en el planeta. Con la llegada de los medios masivos de comunicación electrónica, todo era aún más fácil. Marduk jubilosamente pensó en todas las mujeres de la Tierra sentadas en sofás, pegadas a sus televisores, queriendo desesperadamente ser tan hermosas o ricas como los androides que a diario desfilaban ante ellas. El desear lo que nunca les podría proporcionar felicidad rompía sus espíritus y les drenaba toda su fuerza de vida. Marduk se sentía muy satisfecho, todas esas telenovelas patéticas, todas esas almas desesperadas. A él le encantaba.
"Dime, Atherton ¿ya están listos los planes con más canales de televisión para vender productos?"
"Sí, Maestro. Para el año 2006 la mitad de la programación será totalmente dedicada al consumo de bienes materiales. La gente trabajará más y más por menos dinero y querrán más y más cosa que no podrán comprar".
"¡Qué maravilla!", exclamó Marduk. De vez en cuando no podía evitar emocionarse con su propio genio. "¿Y cómo va la alteración de la percepción del tiempo?"
"Es como Usted lo ha ordenado, maestro. Los humanos tienen menos y menos tiempo para todo. No tienen tiempo para su familias y sus hijos son cada vez más vulnerables a nuestras técnicas de lavado de cerebro. Los niños ya desean todo lo que ven en televisión sin tener que trabajar por ello. Y lo mejor de todo es que nadie tiene tiempo para pensar o hacer preguntas".
Marduk asintió serenamente y le ordenó a Atherton que se pusiera de pie y se alejara de la mesa. Atherton tembló y sintió náuseas. Uno de los guardaespaldas se movió hacia él y le apuntó con un arma de plasma directamente a la parte baja de su cuerpo.
Un rayo de energía instantáneamente evaporó las piernas de Atherton, que cayó al piso en agonía. Marduk se rió histéricamente. "Bien, Atherton, no quiero que empieces a tener ideas en cuanto a tu propio poder. Eres mi esclavo por completo. Nunca lo olvides. Puedo hacer que te maten y que hagan un clon de ti en un minuto".
Las puertas del comedor se abrieron y un equipo de cirujanos entró para llevarse a Atherton a repararle sus piernas desvanecidas.
Marduk estaba seguro de que este enteco había entendido el mensaje.
Atherton hizo un intento lastimoso de inclinarse cuando lo sacaron en silla de ruedas.
Marduk ordenó que le sirvieran el almuerzo. Qué lástima que Atherton no podía quedarse para disfrutar de esta deliciosa comida. Haciendo una mueca de satisfacción, Marduk se llevó a la boca un faisán tierno dorado entero cubierto de chocolate, con huesos y todo.

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