Sargón fue el amor de mi vida en Terra. Juntos hicimos el amor apasionadamente, tuvimos hermosos bebés y fundamos reinos grandiosos. Lo vi por primera vez en mi templo. Él era el copero de Ur-Zababa, rey de la ciudad de Kish. Me llamó la atención porque tenía un parecido extraordinario con mi padre Nannar. Tenía sus mismos ojos. Aunque nadie sabía con exactitud quién era el padre de Sargon, yo tenía mis sospechas.
La madre de Sargon era una sacerdotisa en uno de mis Templos del Amor. Cuando nació, ella lo envolvió en mantas en una canasta de juncos y lo colocó en el río. Mientras ella oraba, cuidadosamente observaba cómo flotaba hasta llegar a un hombre llamado Akki que estaba encargado de irrigar los campos con agua del río. Akki sacó a Sargon de las aguas, lo adoptó como su hijo y le enseñó a cuidar el jardín. A medida que crecía, sus cualidades innatas de liderazgo lo llevaron hasta la corte de Kish. Pero fue su belleza y su humor lo que me indujo a amarlo. Era alto y fuerte, de pómulos altos y finos modales. Era sumamente inteligente y su propio ser imponía lealtad.
Me sentí atraída desde el primer momento en que lo vi y, para suerte mía, él sintió lo mismo. Fue como un sobre voltaje en nuestros cuerpos. No me tenía miedo ni era tímido. Él sabía lo que yo quería y me tomó como a un dios; nuestra cópula fue divina. Al principio permanecimos en un estado de éxtasis durante más de dos semanas. Aseguramos las puertas doradas de mis aposentos con la poderosa espada de Sargon y únicamente dejábamos que de vez en cuando los sirvientes nos trajeran vino y comida. Como no necesitábamos comida, vivíamos del néctar de nuestro amor y pasión.
Nuestro único deseo era yacer entrelazados en los brazos del otro y pasar horas simplemente tocando y explorando con nuestros labios y puntas de los dedos el recién hallado territorio de nuestros cuerpos. Nuestros ojos deseosos buscaban profundamente en los del otro como si ya hubiéramos estado juntos antes y de algún modo nos hubiéramos separado. A medida que nos perdíamos en la unión, nos fortalecíamos y nos convertíamos en uno.
A veces en las agradables tardes nos bañábamos en las piscinas de mi jardín bajo árboles frutales a la luz moteada del sol. Yo sólo me ponía mis joyas; collares de oro, lapislázuli y perlas caían sobre mis pechos. Una cadena de diamantes le daba la vuelta a mi cintura y brazaletes de esmeralda adornaban mis muñecas y tobillos. Sentado sobre las aguas con flores fragantes que nos rodeaban, Sargon besaba mi cuerpo con ternura, acariciaba mis pechos firmes y se tomaba el tiempo para excitar la poderosa fuerza de mi pasión hasta que yo suavemente le suplicaba que me penetrara. Su virilidad me satisfacía a medida que ondas de placer murmuraban por todo mi ser. Nuestros dos cuerpos parecían disolverse, palpitaban como una luz blanca a medida que nos convertíamos en un océano de creación eterna. La conciencia de dos como uno quedaba en el vasto silencio de la eternidad y nuestro placer se convertía en música en los reinos más elevados.
Sargon me adoraba y yo lo convertí en mi rey. Como todo lo que tocábamos prosperaba y florecía, construímos un reino nuevo al que llamamos Acadia. Allí diseñamos y fundamos una bella ciudad nueva, Agade. En Agade construímos un maravilloso templo dedicado a mí llamado Ulmesh que quería decir suntuoso y rutilante, como ciertamente lo era. A los músicos les di instrucciones para que tocaran día y noche en mi templo. Nuestro pueblo era feliz y próspero; sus casas eran construidas con lapis y plata. En nuestras bodegas abundaban los granos y las frutas, a los viejos y a las mujeres se les respetaba y nuestra juventud radiaba con la belleza de la confianza. Los pequeños jugaban alegremente en esta ciudad de amor. Sargon el Grande y su querida Inanna gobernaban el reino mágico de Acadia. Este fue un período extraordinario para mí.
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Cuando Acadia estaba firmemente establecida, yo empecé a exhortar a Sargon a que tomara más tierras. Los Lulus habían estado peleando entre ellos mismos y yo convencí a mi hermano Utu de que una conjunción bajo Sargon traería un tiempo de paz y abundancia del cual podríamos beneficiarnos todos. Utu se reunió con mi padre Nannar y con mi abuelo Enlil. Sargon le cayó sumamente bien a Enlil; quizás le recordaba a su propio hijo Nannar. Enlil le concedió a Sargon la monarquía en Sumeria y Acadia. Inventamos una nueva caligrafía llamada acadiana para anotar nuestros logros.
Yo nunca pude haber hecho conquistas de tanto alcance sin la aprobación de Enlil. En años posteriores olvidaría yo este hecho duro y frío.
La época de Sargon según el conteo del tiempo terrestre fue 2334 - 2279 a.C. Su reinado fue un tiempo de mucha gloria para mí, en esos días yo era la Reina de Cielo y Tierra en el trono. Enlil le permitió a Sargon que conquistara el mundo conocido desde Egipto hasta la India e hicimos alianzas y acuerdos comerciales con Ninurta, Nergal y Ningishzidda. Por nuestras rutas pasaban libremente los granos y el vino, el cobre y el oro y toda clase de mercancías. Nuestro pueblo se enriqueció e incluso los dioses parecían estar satisfechos. Pero de conformidad con el defecto humano de la arrogancia, Sargon cometió un grave error. Lo vi venir, el poder se le había subido a la cabeza. Empezó a pensar que era igual a los dioses y tristemente comenzó a beber en exceso.
Sargon y yo habíamos traído al mundo a una hermosa niña cuyo nombre era Enheduanna. Ella era como yo, hermosa y testaruda. Tenía el don de la poesía y se pasaba horas componiendo himnos a la grandeza de su padre, a sus conquistas y a su belleza física. Estaba enamorada de su padre y decidida a enemistarnos.
Yo no podía culparla por sus sentimientos; no había nadie en su mundo que igualara a su padre. Pero sus constantes atenciones tuvieron un efecto insidioso en Sargon. Ella se hizo sacerdotisa para no tener que casarse y esperó a Sargon en el templo. Le recitó sus poemas, le inundó su ego de sueños de juventud y virilidad y le sirvió vino. Sargon quería desesperadamente realizar un acto heroico para complacer a su hija.
Había un templo en Babilonia cuyo suelo había sido consagrado por Marduk. Era algo sagrado para él y era su manera de mantener sus garras sobre Babilonia durante su período de exilio. Él siempre había sido muy quisquilloso y posesivo en cuanto a Babilonia.
Sargon concibió una ceremonia en la cual trasladó el suelo sagrado a un nuevo lugar donde serviría como la base simbólica para una nueva Babilonia que él construiría. No se imaginó que este acto traería graves consecuencias. Cuando Marduk se enteró del sacrilegio, llevó el arma Pasupata Plasmon a su nave espacial y voló sobre los campos de Acadia y Sumeria. Ondas de radiación de alta intensidad destruyeron las cosechas en cuestión de minutos, lo que produjo un período de escasez que obligó al pueblo a rebelarse contra Sargon. Él se vio obligado a reprimir cientos de rebeliones. Hombres que una vez lo amaron y lo adoraron levantaron sus espadas contra él y las alabanzas se convirtieron en maldiciones a medida que los Lulus muertos de hambre veían que sus niños morían en sus brazos. Nuestro imperio comenzó a desintegrarse.
Yo no estaba envejeciendo y Sargon sí. El empezó a derrumbarse ante mis ojos. Con horror veía cómo sus borracheras se convertían en una pesadilla. Incluso empezó a maldecirme, a su amada Inanna. Sargon se mudó al templo para estar cerca de Enheduanna. En la noche yo yacía sola en la enorme cama de cedro que habíamos construido para los dos. Mientras brisas suaves movían las cortinas blancas de seda a través de la cama, me atormentaban los recuerdos ahora dolorosos de nuestra magnífica pasión y una fría soledad se apoderó de mi corazón. Yo no podía permitir que todo lo que habíamos edificado se esfumara. ... los tiempos pacíficos, las bellas ciudades. Tenía que enfrentarme sola al destino, tenía que luchar. No estaba dispuesta a perder lo que habíamos construido y no me importaba lo que costara.
La imagen de Sargon en su cama agonizando y temblando, con Enheduanna a su lado, todavía está clavada en mi memoria ¿Podría ser este el mismo hombre cuya fuerza me había llevado al éxtasis, el mismo hombre al que yo había coronado como rey? Para mí, el final de Sargon fue una tragedia que cambió mi vida para siempre. Ya no era la misma; una parte de mí murió ese día. La niña exuberante que corría riendo por pisos de lapis ya había desaparecido. No había príncipe que me rescatara a mí o a mi pueblo. Yo sabía que dependía de mí tomar lo que era mío, y estaba bien consciente de que los otros dioses se apresurarían a reclamar mis tierras si yo no luchaba. Me puse las prendas de guerra y desfilé entre las legiones de mis soldados montada sobre mi león.
Reanimando a mis tropas, saqué de dentro de mi ser feroces gritos de guerra. Mis soldados estaban impresionados; la diosa Inanna los guiaría personalmente a la batalla. Hombro a hombro luché con ellos como un hombre mientras me convertía en la diosa de la muerte y la destrucción. Durante dos años conduje a mis dedicados ejércitos a la batalla y maté a miles de hombres.
Uno tras otro fui colocando a los hijos de Sargon en el trono durante mi ausencia. Enheduanna escribía poemas que ilustraban mis masacres diciendo que su madre, Inanna, hacía correr ríos de sangre. Ferozmente luchando por lo que yo creía que era mío, perturbé el equilibrio de los dioses.
Se citó a una reunión en casa de Enlil. Enlil y Ninurta tomaron una decisión: hay que detener a Inanna. Los dioses decidieron permitir que Marduk regresara a Babilonia. Enlil y Ninurta sabían que Marduk con gusto cercenaría las actividades de Inanna: yo que una vez quise enterrarlo vivo. Como dice el dicho, el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
A Marduk no se le había olvidado que cuando estaba atrapado en la gran pirámide de Giza, Utu le había cortado todo el suministro de agua y, al llegar a Babilonia, inmediatamente tomó medidas para proteger la fuente de agua de la ciudad, el río Eufrates. Las fuerzas de ingeniería de Marduk redujeron los suministros de agua a las ciudades circundantes, lo que exasperó a los otros dioses. Llamaron a Nergal desde África para que dialogara con su hermano Marduk. Nergal se despidió de mi querida hermana Ereshkigal y emprendió el viaje hacia Babilonia. Entró en la casa de Marduk y empezó a adular a su hermano. ¡Qué hazaña de ingeniería había logrado Marduk! Sin embargo, había que admitir que el desvío del río Eufrates les había robado el agua a los otros dioses. Anu y Enlil estaban contrariados.
Marduk replicó que desde los tiempos del Gran Diluvio el equilibrio de poder en Terra se había cambiado de una manera inaceptable, que había sido redistribuido artificialmente y que no llenaba sus aspiraciones. Agregó que ciertas armas y fuentes de poder habían sido injustamente hurtadas a Enki y exigió que se las devolvieran a él, no a Nergal. Luego amenazó con envenenar todo el río Eufrates si no se cumplían sus demandas.
Aquí se me abrió una puerta. Siempre me había caído muy bien Nergal, quien era tan inteligente y bien parecido. Pensaba que era una lástima desperdiciarlo con mi hermana Ereshkigal. Enki ya había perdido el control sobre sus hijos desde hacía años. Nergal y Marduk estaban ahora al borde de una verdadera disputa fraternal.
Si yo pudiera aliarme con Nergal, él podría ayudarme a lograr mis ambiciones. Así que preparé una cena tranquila para mi cuñado Nergal. El aceptó gustosamente la invitación. Estuvimos totalmente de acuerdo, hicimos planes, hicimos el amor. La familia de Anu era ególatra y narcisista. Era muy fácil motivarnos a la guerra o la paz porque sólo nos movían nuestros propios intereses y lo que nos convenía en ese preciso momento. Una vez sumergidos en los esfuerzos penosos de la ambición, nosotros perdíamos de vista el carácter y se nos olvidaba la verdad sencilla de que el carácter es el destino.
Al día siguiente Nergal regresó a la casa de Marduk en Babilonia y se negoció un acuerdo. Nergal devolvería las armas y las piedras cantantes a Marduk, pero éste debería salir de Babilonia y volar a la tierra de las minas en África y recuperarlas para sí. Marduk aceptó con renuencia.
Antes de partir, Marduk le advirtió a Nergal que no tocara los controles que regulaban el río Eufrates. Como hermanos son hermanos, en el momento en que Marduk salió, Nergal entró a la fuerza a la sala de control pero para su sorpresa descubrió que toda la sala estaba llena de trampas. Cuando Nergal desmontó los controles, se soltaron venenos hacía el río. Marduk también se había ingeniado un mecanismo que alteraba los satélites que regulaban el clima en caso de que alguien destruyera su sala de control.
Sobre Babilonia los cielos se tornaron negros, arreciaron las tormentas, los ríos se contaminaron y toda el área de Acadia y Sumeria quedó devastada. Enki apreciaba mucho el sistema de riego de Sumeria y no podía soportar que el Eufrates estuviera envenenado. Furioso culpó a su hijo Nergal de este agravio destructor. A esta ira Nergal reaccionó cancelando la elevación de una estatua de Enki que ya estaba planeada. Sólo para probar un punto, y por sugerencia mia, Nergal quemó la casa de Marduk.
Como Marduk estaba en África, por lo menos temporalmente, yo coloqué en el trono de Acadia a Narim-sin, nieto de Sargon. Mi padre Nannar adoraba a ese muchacho y Nergal también lo apreciaba. Mi alianza con Nergal, basada en su enemistad con su hermano Marduk, me dio tanto poder que Narim-sin y yo pudimos continuar guerreando y conquistando territorios por un tiempo.
Supongo que ya me estaba volviendo un poco incisiva y la brutalidad de la guerra me estaba cambiando. Algunas de las historias sobre mí eran verdaderas, otras no. Yo sí entregaba los esclavos capturados a los campos de trabajo. Impulsada por la ira, la ambición y mi soledad, me volví despiadada. Me sentía y me comportaba como una loba acorralada. Las acciones de mi vida estaban empezando a aparecer en mi rostro. Mi belleza se estaba convirtiendo en algo duro y cruel. Me ponía más pintura pero eso no servía. Era colérica e irritable, excepto cuando quería algo. Me volví manipuladora para lograr lo que quería; era una arpía, una belleza convertida en bestia.
Narim-sin tuvo mucho éxito y se escribió sobre sus campañas en las tablillas de arcilla. Pero un día fuimos demasiado lejos. Llegamos hasta las Montañas de Cedro del Líbano, demasiado cerca del puerto espacial. Enlil reunió a los dioses y todos se pusieron de acuerdo: Inanna había empezado la guerra y había que detenerla. Nadie sacó la cara por mí. Se emitió una orden para mi arresto.
Yo no iba a permitir que Enlil me pusiera las cadenas, de modo que escapé en mi nave. Las tropas de Enlil llegaron hasta mi templo de Agade y, al ver que yo no estaba, se llevaron todas las armas y fuentes de poder. Yo me escondí en el palacio de Nergal en Etiopía, donde él todos los días me daba informes sobre lo que sucedía.
Entre los dioses empezó a circular el rumor de que yo había desafiado a Anu. Esto era falso, pero le proporcionó a Enlil la excusa que necesitaba. Como castigo por desafiar a Anu, destruyeron la ciudad de Agade. La bella ciudad de plata y lapis que Sargon y yo habíamos construido debía ser vaporizada. Sacaron los rayos antimateria y Agade se esfumó. Hasta este día nadie ha descubierto el lugar donde una vez existió mi querida Agade.
Enlil, con su estilo firme, trajo a sus hombres de montaña, las hordas gutianas para que tomaran Acadia. Aquellos que eran leales a mí fueron degollados. Como yo no estaba para guiarlas, mis legiones se desmoralizaron y huyeron a las estepas.
En el palacio de Nergal me sobrevino una depresión que nunca antes había sentido. La derrota y la pérdida plasmaron sus feos rostros sobre mi cuerpo mientras yo me sentaba abatida sobre mi trono durante días. Nadie me podía convencer de que comiera o hablara.
Soñé que estaba gateando por un desierto. Mi querida Ninhursag me llamó con el apodo que me puso cuando era una niñita: "¡Nini! ¡Nini!" Vi el rostro triste de Dumuzi, el esposo que no había amado. Sentí el eco de la risa asesina de mi hermana Ereshkigal. Por un momento sentí la caricia tierna de Sargon, únicamente para encontrarme sola en un nido de serpientes. Corría asustada en una helada noche y me vi atrapada en una telaraña con una enorme araña cuyos ojos rojos y garras cortantes estaban listas para devorarme.
Desperté gritando. . . . gritando.
¿Era yo, Inanna, vulnerable?
¿Era yo tan diferente a los esclavos que había capturado o a las mujeres que me habían traído copas doradas de vino?
¿Estaba yo de algún modo limitada en mi poder?
¿Por qué estaba aquí, viviendo en este cuerpo azul?
*
Mi madre Ningal me envió un mensaje suplicándome que regresara a casa. Me prometió que allí estaría a salvo en sus brazos. Me dio su palabra de que mi padre Nannar había garantizado protección contra las acusaciones. Según él, yo ya había sido castigada bastante. Ella oraba para que yo regresara a casa, pero yo debía renunciar a mis caminos aventureros e innovadores.
Gustosamente viajé a Ur, el hogar de mi querida madre Nlngal. Yo, Inanna, otrora Reina del Cielo, me fui a casa de mi madre.